Panamá papers, Macri, Caputo,
Cristina, Lázaro, De Vido, Schiavi, Menem, Cromagnón, Callejeros. Nombres
propios que marcan a las claras que la justicia nunca funciona, o lo hace
bastante mal. Eso sin tener en cuenta las apetencias de cada uno de nosotros
respecto al pronunciamiento de los jueces en cada uno de los casos. La
sensación de injusticia es el común denominador, pero cada quien decide de qué
manera argumenta esa impotencia e indignación. Todos medimos con varas no solo
propias, sino también aplicables de acuerdo al criterio de quien la utiliza.
De este modo, el enriquecimiento
sospechadamente ilícito de Lázaro Baéz haciendo negocios espurios con el Estado,
es suficiente para mandarlo a la hoguera, mas no así a Nicolás Caputo, quien va
por el mismo camino pero de la mano de Mauricio Macri. Todo depende de quién
opine –y quien baje el martillo-. Por otra parte, la presidencia en una cuenta
bancaria en un paraíso fiscal, más la presunción de corrupción del primer
mandatario por ser “socio” de Caputo en todas esas licitaciones turbias, de
obras inconclusas, sobrefacturadas,y millonarias y con fondos públicos, son
suficientes para conseguirle un helicóptero a Macri pero no lo son para enviar
al sur ese mismo helicóptero en busca de
Cristina, mentora de la riqueza de Lázaro, Schiavi, De Vido y la propia inclusive.
De Menem no hace falta decir
nada. Ahí anda, vivo (bah, respira), libre de culpa y cargo, y con la energía
suficiente para levantar la mano en el Senado, con la impunidad legal y moral
para postularse y ser elegido; y también para declarar en contra de sus –hasta
el año pasado- socios políticos Néstor y Cristina respecto de la muerte del
primero. Nadie se plantea cómo puede ser que la justicia no lo haya encarcelado
por alguna de las innumerables causas que tuvo que afrontar.
La tragedia de Cromagnón vuelve a
estar en el tapete a partir de una nueva ratificación de las sentencias. Pocos
recuerdan que fue el ocaso político de Ibarra y el comienzo del dominio
macrista en la Ciudad Autónoma. Y pocos analizan, más allá del dolor por las
absurdas 194 muertes, que condenar a los convocantes –en este caso, Callejeros-
es similar a condenar a los futbolistas por cada una de las muertes ocasionadas
por la violencia irracional que domina al fútbol. El propio Indio Solari
reconoció que, como estaban dadas las condiciones, Cromagnón fue una bomba que
le explotó a la banda del Pato Fontanet pero que podía haberle explotado en la
mano a cualquiera. Lo cierto es que los funcionarios responsables recibieron
condenas mínimas –y en algunos casos, ni eso-, mientras que el líder de la
banda fue condenado a pasar en prisión casi el doble de tiempo que quienes
debían velar porque las condiciones fueran seguras y propicias.
Mientras tanto, algunos quieren
ver preso a Macri por las mismas sospechas que envuelven a Cristina, pero que en
un caso responden a la “verdad” y en otros, a operaciones mediáticas. Y viceversa.
Mientras tanto, aceptamos que
para erradicar la violencia en las canchas, hace años no asista el público
visitante, en una “solución” tan brillante como no salir a la calle para disminuir
los accidentes de tránsito.
Mientras tanto vemos apropiadas aquellas sanciones que se acomodan a nuestras emociones, ideologías o gustos.
Pedimos que la vara de la justicia sea justa y ecuánime pero naturalizamos –y
justificamos- que la nuestra no lo sea.
Mientras tanto, le exigimos al
otro todo aquello que no estamos dispuestos o capacitados para ofrecer.
Mientras tanto, nuestros hijos
crecen. Y aprenden