La
familia Macri se enriqueció a costa del Estado argentino. Los Kirchner también.
Apellidos y momentos de nuestra historia para ejemplificar, sobran. El pueblo
entero clama justicia, que lo saquen en helicóptero, que la metan presa, que
devuelvan lo robado y que se extinga la corrupción.
Eso,
justamente eso: que se extinga, que se produzca el milagro, que desaparezca por
arte de magia, porque eso es lo máximo a lo que podemos aspirar en esta
materia. Estamos en manos de la gracia divina, y sabemos que ésta no siempre
acude al llamado.
¿Sabe
cuál es la diferencia entre usted, amigo/a lector/a, y ellos? Solo de escala,
de proporciones, de posibilidades de
acceso a torcer la ley para su lado. ¿Acaso nunca coimeó a alguien? ¿Jamás dibujó
números para evadir algún impuesto? ¿No se “colgó” del cable o de la luz? ¿No
puso algún negocio sin habilitación? ¿No fraguó una licencia para no ir a
trabajar y que le paguen el día? ¿No ha protagonizado o ha sido testigo de la “desaparición”
de algún vehículo para que lo pague el seguro?
Quien
es capaz de robar 10 pesos, no es menos corrupto que quienes se roban el país,
la única diferencia es la escala. ¿O usted cree que cualquiera de nosotros, que
tuvo algún acto de corrupción “menor”, si tiene la posibilidad de multiplicar por
miles o millones su beneficio ilegal, se negaría para no perjudicar al pueblo?
Esto
es similar a cruzar el semáforo en rojo. La mayoría lo hace y no lo considera
grave hasta que esa infracción cuesta la vida de un familiar querido: allí
exigimos leyes más duras y justicia para el asesino. Cuando el penal mal
cobrado es en contra de nuestro equipo preferido, hay que matar al referí porque
“nos viven cagando”; pero cuando nos regalan un penal, solo fue un error de un
ser humano expuesto a muchas presiones y al vértigo de un deporte cada vez más
ficcional. Sucede siempre. Si el desliz es propio, es solo eso, un “detalle
menor”, pero cuando lo comete el otro y además se beneficia de un modo que yo
no pude… ¡la horca! (No sin antes pasar por una buena sesión de tortura
ejemplificadora).
“¿Cómo lo podemos arreglar si
la traemos al nacer en el mismísimo ADN?”, se pregunta sobre la corrupción Ignacio Copani, desde una canción
escrita cuando su verba denunciaba. Lo cierto es que, aunque nos neguemos a
aceptarlo y cueste mucho ponerlo en práctica, solo podemos exigir aquello que
ofrecemos. Cuando realmente tengamos conductas transparentes y no insistamos
con la “argentineada” de sacar ventaja de todo (o de algo), podremos exigírselo
al de al lado y, por decantación, a “los de arriba”.
Como
usted, yo también conozco muchas personas. Solo podría mencionar a Miguel (quizás
también a Jorge), como gente que jamás aceptaría bajo ningún concepto un
beneficio ilegal por suculento que sea. ¿Usted conoce muchos más Migueles que
yo? Si por casualidad, lector/a, usted es un Miguel, le pido disculpas por
involucrarlo en mis acusaciones y deseo fervientemente que se multipliquen
hasta superarnos en número para que tomen el control de todo. Mientras tanto,
me voy a seguir reclamando la cabeza de los corruptos.