lunes, 16 de abril de 2018

Crimen del colectivero: otro asesinato absurdo en una sociedad enferma

Indignación, impotencia, dolor, injusticia, miedo, odio. Son algunas de las sensaciones que sobrevuelan nuestras mentes a partir del brutal homicidio del joven chofer de colectivos en La Matanza, nuestro distrito, casi un ícono de la desigualdad. Acusamos, reclamamos, exigimos, alzamos la voz, levantamos el dedo acusador ante tanta incivilidad, desprecio por la vida e impunidad. Porque actuar así no es más que la ratificación de que muchos se sienten impunes, que sospechan que nada se paga en esta vida. O al menos, en este país.

Un nuevo asesinato a sangre fría conmueve nuestra realidad. Y también la sensación de que los culpables van a seguir teniendo la posibilidad de seguir disponiendo de nuestras vidas a su antojo. Nuevamente se instalará el debate sobre el endurecimiento de las penas, la baja en la imputabilidad, etc, etc. Lo que tristemente no se va a establecer -como siempre- es la discusión sobre qué hicimos todos, cada uno de nosotros, como sociedad para que estas cosas no ocurran o sucedan cada vez menos. Porque analizar esa cuestión puede llevarnos a admitir responsabilidades y eso es una tarea compleja para los seres humanos. Y todos lo somos, aunque a veces no parezca.

Semanas atrás, en un reportaje a “Gringo” Heinze, técnico de Velez, le pidieron su opinión sobre los hechos violentos que habían determinado la suspensión de un partido y respondió que “lo interesante es preguntarnos qué hicimos como conjunto para no generar la proliferación de personas violentas”. Y ahí sonamos. Porque la desigualdad y marginación provocada por los poderosos, que son pocos, pero avaladas por acción o por omisión por muchos, genera violencia y desprecio. Porque vivimos en un país que -por ejemplo- pondera y enaltece a “Pepe Argento”, personaje nefasto, repudiable y repugnante si los hay. Ícono del argentino ventajero, especulador, estafador, sin escrúpulos, sin códigos, con absoluto desprecio por las normas, pero que cuenta con la admiración de muchos. Por supuesto que Pepe no asesina ni genera situaciones violentas (físicas), es puro simbolismo lo suyo; pero cuenta con nuestro aval, con nuestra simpatía.

Tenemos una sociedad que tiene como norma transgredir las normas. Y nadie alza la voz. Todos cruzamos en rojo alguna vez -y probablemente varias-, pero encabezamos la marcha reclamando justicia cuando una acción de este tipo termina con la vida de alguien, atropellado. Claro que la mayoría -por suerte- no asesina, pero no hace mucho para evitar la intolerancia, la transgresión, el desapego por las leyes ni las causas que lo provocan. Por si hiciera falta aclararlo, no pretendo equipar una falta de tránsito con una asesinato, simplemente entender que no hicimos -no hacemos- mucho por multiplicar los buenos hábitos y el cumplimiento a rajatabla de las normas, la valoración de la vida, el respeto por el otro. 

En el fondo no es más que la ratificación de la desigualdad: solemos respetar a los iguales y despreciar a los distintos y tristemente, algunos llegan a matarlos. Es simple empujar a los “marginales” hacia la marginalidad, lo difícil es admitir que todos colaboramos con esa marginación que después vuelve en forma de asesinato. Para que desprecien la vida de esa manera, tenemos que habérselo enseñado como sociedad, no son una isla, lamentablemente. En tanto no entendamos eso, seguirán repitiéndose las muertes injustas, desgarradoras y sin sentido, lo que, sumado a la inoperancia ejecutiva de este Gobierno insensato, inescrupuloso, despectivo y despreciable, contribuirá a acrecentar peligrosamente la efervescencia social.