“La comunicación es más importante que la acción”. La frase
pertenece a Joan Costa, especialista en esa área y en sociología. Y el líder del
PRO fue quien mejor interpretó hasta el momento la esencia de la oración. “Cambiemos”
representa la palabra más deseada por la gente en la Argentina de hoy. Y la
hizo su slogan. Aún más, el Gobernador bonaerense empezó a usarla en infinitivo
de cara al 22 de noviembre.
Scioli se decidió allá por enero de 2015 por ser el
candidato del FPV. Quiso asegurarse con eso el piso histórico del Justicialismo
y desde allí sumar su propio caudal de votantes. Se pegó a Cristina, al
kirchnerismo más puro y, por ende, a “La Cámpora”. Se quedó con la peor parte
del capital político peronista actual. No pudo separarse de los aspectos que más
rechazo generan en la gente, y de ese modo no obtuvo siquiera el porcentaje histórico
del PJ. Y perdió su principal bastión: la provincia de Bs As. Ante ese panorama
insospechado, debió virar de cara al balotagge.
En las propagandas del gobernador bonaerense luego del
ajustado triunfo del 25 de octubre, empezó a remarcar la necesidad de mostrarse
despegado de Cristina y su gestión. Repite hasta el hartazgo la palabra “cambio”
pero no se arriesgó a mostrar que no es continuidad. Eso, sumado a su imagen
histórica de timorato y acomodaticio, no le otorgan a su nombre la firmeza que
necesita si quieres ser presidente. Modificó apenas su discurso, pero el que le
sale de memoria es el relato K, y se le filtró a cada rato en el debate de hoy.
Macri, por su parte, estudió tan bien su libreto que ni siquiera
se excedía con los tiempos: tenía todo cronometrado y le salió a la perfección.
Mandó estiletazos justos y remarcó las indecisiones y la falta de respuestas de
Scioli. Y se preocupó por dejarlo pegado a la gestión de Cristina. El Gobernador
nunca lo puso en aprietos al ingeniero, repitió el libreto kirchnerista a
rabiar y evitó entrar en el golpe por golpe dialéctico que por momentos propuso
el candidato PRO.
Otro ítem muy bien atendido por el macrismo en su discurso, fue
remarcar constantemente la idea de no confrontar, de trabajar unidos. Leyó el
hartazgo de la gente respecto de la crispación permanente promovida por la
actual gestión y la hizo su punto fuerte. Un ejemplo claro de esto es la
familiaridad aparentemente afectuosa con el que el Jefe de Gobierno lo llamaba “Daniel”,
mientras que Scioli solo lo mencionaba con un distante y apático “ingeniero
Macri”.
No abundaron las propuestas, sino más bien la necesidad de
remarcar los puntos débiles del oponente.
Quedan pocos días para que tengamos nuevo presidente. No hay
ya tiempo para timonazos de último momento. La suerte está echada y, a menos
que ocurra un Tsunami mediático, Cristina le pondrá la banda presidencial al
candidato para el que trabajó “sin querer queriendo”. Parece que el maleficio
de que un gobernador de Buenos Aires se convierta en presidente por la vía
democrática deberá esperar para romperse.