La
sensación térmica marca dos grados y hay poco viento pero cala el
alma. Una mujer empieza a desarmar un bolso mientras su marido trae
dos más. Estoy tentado a sentarme en la camioneta a mirar
calefaccionado pero necesito saber qué hacen, por qué están ahí,
padeciendo tanto frío a las 8 de la mañana de un día que recuerda
despiadadamente la crudeza del invierno y la corrida cambiaria y de
precios post PASO que, según el presidente, es culpa de quienes no
lo votaron.
La
señora despliega en un pasto con algo de escarcha, encima de un
mantel ajado y agujereado, varias prendas de vestir usadas, a modo de
vidriera. Empiezan a llegar otras personas que ocupan distintos
lugares. En una hora la plaza estará llena de gente en las mismas
condiciones ofreciendo tortillas, bolitas de fraile, herramientas
viejas y no tanto, manualidades, muebles en desuso y todo aquello que
en la casa ocupa lugar y puede ser reemplazado por algún billete que
permita llevar un plato de comida al hogar. Son más los vendedores
que los clientes pero ellos están ahí, firmes, estoicos,
congelados, casi resignados.
La
escena es en la plaza de Atalaya, uno de los corazones matanceros
donde el escrutinio arrojó más del 60% para el Justicialismo y poco
más del 20 para la lista del PRO. Quizás Macri, tan enojado con
quienes no lo votaron porque “quieren volver al pasado”,
pretendía que esta gente lo apoye en el cuarto oscuro. Contra la
“Zoncera de las choriplaneras” -tan bien descrita por el Magister
en comunicación Mauro Brissio- hay que decir que ellos y ellas no
están pidiendo planes o asistencia social: está buscando dignidad,
se la están procurando. Quieren llevar comida a casa, poder comprar
una garrafa para cocinar y que sus hijos no mueran de frío: en suma, ganarse
el mango.
Van
martes, jueves y sábados desde temprano hasta poco después del
mediodía. Y venden lo que tienen, lo que consiguen, lo que pueden.
También esta plaza, otros días pero con mucha de esta misma gente,
se convierte en el centro del trueque: todo sirve para “parar la
olla”. Por suerte no se enteraron que son los responsables de la
corrida cambiaria por haber votado como votaron. Ni escucharon las
acusaciones de un presidente que -además de irritado- está
perplejo, paralizado y con una incapacidad manifiesta casi patética. Mientras, la devaluación profundiza la pobreza y la escalada de precios es despiadada.
El
binomio Fernandez-Fernandez le sacó la escandalosa diferencia de 17
puntos y muchos piensan que Macri es incapaz de modificar eso pero
los va a sorprender: al paso que va, la diferencia en octubre superará
los 20 puntos y pasará de ser paliza a humillación. Una pena para
los vendedores de la plaza, que con la primavera ya casi instalada,
serán culpables también de eso.
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