Recién
van 48 horas del aislamiento social, preventivo y obligatorio y ya
hay más de 3200 detenidos por infringir la oportuna, previsora e
imprescindible norma establecida por el Presidente Alberto Fernández
a través de un DNU. Para tomar dimensión de la gravedad de este
hecho es necesario considerar que los aprehendidos son apenas un
pequeño porcentaje de las personas que, pudiendo no salir de sus
casas, se dedicaron a dar una vuelta por ahí, a hacer footing o
ciclismo, a “hacer esquina”, a irse de picnic o a “ejercer su
derecho” de andar libremente. Y esto sucede porque no alcanzan las
fuerzas de seguridad para controlar cada rincón del país y a cada
inconsciente que se desinterese del bien común.
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Si no circulamos, no circula el virus |
Claramente
la clave está en que entiendan la situación y quizás su propio
desprecio por su vida y por la de los demás pueda servir de ejemplo
para tomar conciencia: si no fueron detenidos a pesar de cagarse en
las normas y en el prójimo fue porque las fuerzas de seguridad no
dan abasto para controlar y apresar a tanto idiota. Usted me dirá
¿y? Bueno... si hay muchos infractores no hay policía que alcance y
así los egoístas irresponsables pueden seguir rompiendo las reglas durante algunos días más sin ser alcanzados por los efectivos del
Estado dispuestos para tal fin. Y lo grave, preocupante e
irreversible es que si lo que se multiplica como los infractores son
los infectados, tampoco van a dar abasto las instituciones y el
personal de salud para atender a tanto enfermo y la consecuencia de
esto va a ser muy distinta a la de seguir paveando en la calle: la
gente que necesita atención médica y no la recibe, se muere. Y
cuando los infectados se multiplican tan rápido (como está
sucediendo en cada lugar del mundo en que se subestimó la situación
del mismo modo que hace cada uno/a de los que no respetan la cuarentena) no hay
manera de que haya disponibles ni médicos, ni enfermeros, ni camas,
ni medicamentos, ni respiradores ni espacio físico donde atenderlos.
Una
vez más queda en evidencia que la única manera de vivir en
sociedad y no morir en el intento (nunca tan literal)
es respetar las normas. Las pautas de convivencia se establecen
buscando el bien común y aunque muchos/as sientan que no están
alcanzados por esa premisa, es buen momento para llamarse a la
reflexión y entender que situaciones excepcionales exigen
comportamientos excepcionales. Si la pandemia requiere aislarse
socialmente como única medida eficaz para detenerla y que todo esto
no devenga en un caos inmanejable, no queda otra que colaborar y
entender que si los expertos están desesperados y piden a gritos al
planeta entero que se aísle, es porque quizás el panorama es más
oscuro y pesimista de lo que podemos ver los ciudadanos comunes.
El
virus ya circula mucho más en Argentina, se está extendiendo por
todo el territorio y está a la vuelta de la esquina. De este modo,
es cada vez más probable que nos topemos con él en alguna persona, en
algún objeto, en el suelo que pisamos, en la estantería del
supermercado o en el paquete de galletitas al que alguna gotita de
saliva de algún infectado pudo caerle encima, solo por citar algunos ejemplos. Es imprescindible entender esto y tomar los recaudos
necesarios aunque nos parezcan exagerados: al fin al cabo es mejor
quedar como exagerado que como estúpido. Y de la exageración se
puede volver pero de una inconsciencia irresponsable que genere un
caos sin precedentes en la historia de la humanidad, no.
En
este punto es importante destacar que mirar al mundo puede darnos una
mano y en ese sentido contamos con ventaja porque el virus nos llegó
mucho después. España e Italia, por ejemplo (sobre todo éste
último) hicieron todo mal y tarde y en 20 días sus calles vacías se
convirtieron en una escena de película de terror postcatástrofe,
con 72.000 infectados y más de 6.500 muertos amontonados en morgues
improvisadas. Mientras tanto China, primer afectado a nivel mundial, ya
empezó a controlar la pandemia y hoy tuvo su primer infectado tras 4
días sin nuevos enfermos locales. Claro, nosotros tenemos más
influencia española e italiana en la sangre y, por lo tanto, tenemos
menos apego a las normas, casi ninguno, diría. No tenemos la
disciplina ni la conciencia social de los orientales pero esta es
nuestra oportunidad de revisar esas conductas que en general nos
ofrecen más tropiezos que avances.
Estamos
en un momento bisagra de nuestra historia, de reposicionamientos
políticos, económicos, sociales y culturales. Si usted piensa que
esto es ridículo, exagerado o anticientífico, es respetable pero...
¡cuídese y aíslese igual, por las dudas! Si no lo hace por usted
hágalo por sus seres queridos y por quienes lo rodean, que seguro
debe haber gente que vale la pena.