La
calamitosa situación económica y social que dejó el gobierno de
Cambiemos obliga a rediscutir prioridades políticas haciendo
que ordenamiento, déficit,
refinanciamiento, comercio exterior
y otros temas caigan
en saco roto cuando la pobreza y las necesidades extremas asfixian al
40% de la gente y reinstalan la urgencia de transferir recursos y
posibilidades hacia los sectores más postergados que quedaron
en situación terminal.
En
este contexto se puso de moda nuevamente el término "populista"
que, a su vez, se convirtió en el insulto preferido de quienes
defienden las políticas regresivas aplicadas por el
neoliberalismo macrista. En tiempos de 3.0,
redes e internet no podemos menos que indagar allí acerca del
significado del concepto
encontrando que “populismo se suele
usar de forma retórica en sentido peyorativo con
la finalidad de denigrar a los
adversarios políticos”. Al
mismo
tiempo, desde otro lugar de
la web se
sentencia: (los
populistas son)
“movimientos
que … se muestran, ya sea en la práctica o en los discursos,
combativos frente a a las clases dominantes. Apelan
al pueblo para construir poder entendiendo al pueblo como clases sin
privilegios, lo que hace que los líderes populistas se presenten
como redentores de los humildes. Por
si hiciera falta redondear
la
idea
recurrimos al “gran diario argentino” que, a través de Ugo
Pipitone “explica” en
una nota veraniega que
“en el mundo brotan varios
hongos populistas” y
luego de definirlos
como
demagogos y aduladores del pueblo, sostiene que “en
este contexto... es comprensible que grandes sectores de la
población... entreguen sus expectativas a demagogos que canalizan
las frustraciones colectivas”.
¿Hacemos
un repaso? Los populistas son
hongos. Se
trata de demagogos
y
aduladores que
canalizan
(léase
“se
aprovechan de”) las frustraciones
y se
muestran combativos (¿se
muestran pero
en realidad no lo son?). Por
si con todo esto no alcanzara, su sola mención denigra
a quien se “acusa” de serlo.
Está
claro que la intencional connotación negativa pretende enterrar el
concepto sin atender las razones ni los responsables de que este tipo
de políticas se torne imprescindible. Y más allá de que la tribuna
oligarca pretenda tildar de mero asistencialismo cualquier iniciativa
en este sentido, es insoslayable que la trasferencia de recursos
hacia los sectores más vulnerados de la sociedad es tan necesaria
como urgente.
Ya
lo dice Zigmunt Bauman desde su icónico “Daños colaterales,
desigualdades sociales en la era global”: “un
Estado
político que rehúsa ser un Estado
social puede ofrecer poco y nada para rescatar a los individuos de la
indolencia o la impotencia. (...) Si los derechos políticos son
necesarios para establecer los derechos sociales, los
derechos sociales son indispensables para que los derechos políticos
sean reales y se mantengan
vigentes".
Ernesto Laclau, por su parte, refuerza la
naturalización del desprecio por el concepto a través de “La
razón populista”: “para progresar en la comprensión del
populismo es una condición 'sine qua non'
rescatarlo de su condición marginal en el discurso de las ciencias
sociales (…) el populismo no solo ha sido
degradado, también ha sido denigrado. Su rechazo ha formado parte de
una construcción discursiva de cierta normalidad”.
Desatendiendo
la idea que nos quieren vender los sectores dominantes, es evidente
que el Estado social no solo no es malo sino que es imprescindible
a la hora de convertirse en el único garante para
achicar las desigualdades y tornar más justo el
reparto de recursos. Asimismo,
no es menos cierto que se impone una nueva forma de contención
social “siglo XXI”. Este marco es el que exige una etapa de
transición en la que la trasferencia de recursos vaya dando lugar a
proyectos populares de producción, de manera de desterrar la
asistencia emparentada con el clientelismo y dar paso a programas que
permitan impulsar proyectos que desemboquen en la creación genuina
de puestos de trabajo que contemplen a aquellos/as que fueron
excluidos de todos los derechos y despojados de su dignidad.
Más
allá de discusiones estériles sobre conceptos y significados, en
tiempos de revolución tecnológica se impone también una
resignificación del Estado social. Para ello es imprescindible la
implementación de programas que atiendan específicamente las
necesidades de cada sector y eso es posible únicamente a través del
trabajo mancomunado de todos los niveles gubernamentales: Nación,
Provincia y Municipios deben articular un proyecto que
contemple los recursos, las posibilidades, las limitaciones y las
potencialidades de cada territorio. Y si bien el abanico debe
contemplar a todos y todas, es necesario apuntar esencialmente a
los/as jóvenes y adolescentes de los sectores más golpeados, que en
gran número se vieron obligados a dejar sus estudios para ser
explotados en el mercado informal de trabajo como única manera de
paliar las necesidades extremas que se padecían en casa. Solo
garantizando la educación, la salud, el pan de cada día y el
derecho a un trabajo genuino que escape a la repugnante uberización
del sistema laboral se pueden igualar las posibilidades de los
sectores eternamente postergados y, para eso, es imprescindible la
existencia de un Estado social garantista, un Estado de bienestar
3.0.
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