domingo, 10 de mayo de 2020

El deterioro emocional, grave daño colateral de la cuarentena


Angel visita a su mamá todos los días. Ella tiene 75 años, vive sola y es autosuficiente pero él aparece cada tarde, la saluda de lejos, se prepara el mate y se sienta en la otra punta de la mesa para conversar con ella por espacio de una hora. Rompe la ley porque no debiera visitarla ya que ella se arregla sola y ante la requisitoria al respecto, responde: ¿qué querés, que se muera? Si no tiene con quien charlar y ni siquiera puede hablar con los vecinos, se me muere en una semana, justifica. Gabriel no ve a su hija de 3 años hace más de 50 días porque al estar separado de la madre, ella se escuda en el temor y en la prohibición de salir para que él no la visite, limitándolo a videollamadas en las que lucha para evitar que el dolor por no poder hacerle una caricia a su hija lo desborde. Raúl y Susana esperaron muchos años para ser abuelos hasta que por fin su hijo, a sus casi 40, se dignó a tener descendencia. Ese pequeño era casi el único motivo de felicidad en el complejo declive que implica ser viejo en tiempos de capitalismo salvaje pero se lo arrebataron ya que la ley les impide ir a visitarlo o recibirlo en su vivienda y sienten que están muriendo de tristeza mientras… ¡están muriendo de tristeza! Las personas que se aman pero no conviven (que son muchísimas, al igual que las que sí conviven pero no se aman) no pueden verse porque “no es esencial” y la norma castiga a quienes se desplacen para abrazarse con ese ser tan especial, con el consiguiente impacto emocional, tan profundo como  desatendido.
Gabriel, Raúl, Susana y cada uno/a de quienes se encuentran en situaciones similares alimentaban su esperanza y soportaban su prisión domiciliaria pensando que el 13 de abril (luego de la única extensión del aislamiento sanitariamente justificada) se terminaba todo. Después, se propusieron aguantar hasta el 27, luego hasta el 10 de mayo y ahora sospechan que ya nada tiene sentido. A Ángel  no le pasa eso pero debe lidiar con su conciencia porque se sabe en falta aunque eso sirva para que “la vieja” esté bien. ¿Realmente alguien puede pensar que si alguno de los personajes mencionados no se cuidara tomando todos los recaudos recomendados por los expertos iría a ver a esa persona tan querida, exponiéndola al virus? ¿De verdad alguien con sentido común no ve que hay más riesgo de contraer y propagar el Covid-19 yendo al súper que visitando a alguien en su casa? ¿En serio los sentimientos no importan y se puede aceptar una rigidez legal más simbólica que concreta y que ocasiona mucho más daño que el que en teoría intenta combatir?
Usted me dirá que con la cuarentena se salvaron miles de vidas y se aplanó la curva de contagio y es cierto pero con una salvedad: no se evitó ningún mal aún, simplemente se pateó el problema para adelante porque sin la concientización necesaria, cuando se termine el encierro –que indefectiblemente ocurrirá algún día- los contagios van a proliferar y, tristemente, un porcentaje de los infectados va a morir. También usted me podrá decir que se ganó tiempo para fortalecer la estructura sanitaria, de modo que permita afrontar mejor el famoso pico de contagio y también es cierto pero es preciso aclarar que ese fortalecimiento ocurrió en los primeros 20 días y luego de ello la cuarentena se volvió esclava de su propia efectividad y ahora deshacerla, aterra.
Se esperaba la explosión de contagios para mayo y luego esa previsión se desplazó para junio en virtud del “éxito” del plan de prevención. Ese triunfo no es tal porque la curva se desplazó hacia adelante simplemente porque la gente sigue encerrada, lo que equivale a decir que para evitar que te suicides te impiden el acceso a cualquier tipo de arma cuando lo que debieran hacer es convencerte de cuidarte, de valorarte y de preservar tu vida. Y si eso no ocurre, cuando puedas manotear una navaja te vas a cortar las venas y que eso no pase mientras tienen tus manos atadas no significa éxito sino solo posponer el trágico desenlace, a la fuerza.
Algún analista de “la oposición” dijo que encerrar a la gente para que no se contagie era como evacuar a una ciudad ante un incendio y condenarla a la precariedad permanente en lugar de combatir las llamas. Otros “opositores” sostienen que con una población mundial de más de 7 mil millones de personas, 4 millones de contagiados (menos del 0,06%) y 275 mil muertos (menos del 0,004%) no justifican medidas tan desproporcionadas. Algunos "malintencionados" también recuerdan que el año pasado en nuestro país murieron 33.000 personas por gripe y neumonía pero nadie se asustó porque los medios no te contaban los muertos todos los días, todo el día.
Un informe de 2015 de Perspectives on Psychological Science -citado adrede por no estar contaminado de intereses pro o anti cuarentena- dice que la sensación de soledad y el aislamiento social son factores de riesgo  tan poderosos para la mortalidad como la hipertensión, el cigarrillo o el colesterol alto y su investigación arrojó que el aislamiento, la soledad y el vivir solo incrementan la posibilidad de morir en un 29%, 26% y 32%, respectivamente. El Departamento de psiquiatría de la Fundación INECO, por su parte, afirma que facilitar la comunicación con los seres queridos puede tener un impacto poderoso en la salud emocional de las personas en cuarentena. Al mismo tiempo los expertos dicen que cuanto más estricto y duradero sea el aislamiento, más graves y permanentes son las consecuencias psicológicas, la angustia, la depresión y la inmunodepresión.
Está claro que la cuarentena era necesaria y que su oportuna aplicación trajo enormes beneficios y salvó vidas. Es sabido también que la normalidad como la conocíamos ya no tendrá lugar en nuestra cotidianeidad por muchos meses. Al mismo tiempo, es igual de evidente que no se puede salir livianamente del aislamiento sin entender que muchas actividades estarán vedadas por un periodo impreciso de tiempo y que el contacto social debe estar limitado al mínimo imprescindible. Habrá que evitar aglomeraciones, reducir el uso del transporte público, respetar las distancias, acostumbrarse al barbijo y seguir estrictamente el protocolo correspondiente en cada una de las actividades que se realicen de acá en más. Todas estas medidas ayudarán a preservar la salud de todos y todas pero no son menos importantes que el aspecto emocional,  el cuidado de los afectos y el fortalecimiento anímico tan necesario para hacer frente a un hecho que sin dudas está convirtiéndose en una bisagra en la historia de la humanidad. Es imprescindible atender estas cuestiones de manera urgente porque la angustia y la incertidumbre son tan silenciosas como dañinas y están ahí, agazapadas, compitiendo con el coronavirus para ver quién hace más daño.


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