![]() |
Rocío Strupsceki. Lic en Trabajo Social Especialista en violencia familiar |
Vivimos en un
mundo en el que todo va cambiando, en donde los valores de las viejas generaciones se enfrentan a los de las nuevas.
A menudo los jóvenes son acusados de carecer de principios para manejarse en la
vida, para tomar decisiones, para vivir en pareja, en síntesis: para existir.
Pero es necesario replantearse si se puede vivir
sin un código de ética interno. Y la respuesta es no. Para vivir en
armonía, es imprescindible implementar nuevas formas de vida que algunos
valientes o innovadores llaman “amor libre”, o “vivir sin apego”.
Quizás esto tenga
que ver con que todos están pendientes de lo externo: ¿me llamará? ¿Qué será de
la vida de mi ex? ¿Cuánto me querrá mi novia? ¿Qué haré en mis vacaciones? ¿Cuándo
cambiaré el auto? ¿Construyo el cuartito nuevo en el espacio que me quedó? ¿Será
que se casa este año el nene? ¿Me darán
un nieto? Y estas estructuras mentales nos quitan las ganas de todo, por cosas
que ni dependen de nosotros, que ni siquiera están sucediendo o que no tenemos
ninguna certeza de que vayan a ocurrir.
Sentir el presente,
centrarse en uno y dejar de querer manipular a los demás parece ser la clave
para encontrar un poco de paz. Querer controlar obsesivamente todo es desgastante,
y vivir a favor y dentro de la norma es
aún más estresante. Es que todos de alguna manera somos adictos al control,
queremos un “para siempre” que a veces pensamos que se va a sostener con más
fuerza al hacerlo público y firmado en un papel, sin preguntarnos si para los
otros o incluso para nosotros, tiene
un significado verdadero.
Vivir dentro de lo
considerado “normal” es más fácil, porque ser tildados de locos o raros
deprime, sobre todo si no está lo suficientemente reforzada la autoestima.
Además, el precio de pensar distinto a
las mayorías o no desear lo mismo, tiene como resultado la soledad o la
exclusión. Y sin dudas nadie quiere estar solo, porque no sabemos cómo
hacerlo, no queremos no pertenecer, y esto nos lleva a seguir viviendo sin
hacerle caso a lo que algunos iluminados llaman esencia, intuición, sentir.
Muchos dicen que
estas cosas se las replantean solo los sensibles, pero estoy convencida de que
todos solo buscamos amor y aprobación, nos
alimentamos de la aprobación ajena, y nos olvidamos de la propia, vivimos
en un cuerpo que no sabemos ni a quien le pertenece, porque preferimos no
escucharnos si ese es el precio para ser amados y/o aceptados.
Y así estamos más
rotos que enteros, llenándonos de cosas que creemos necesarias pero
sintiéndonos cada vez más vacíos, porque no aprendimos a soltar, a dejar a
fluir, a delegar al universo y a ese ser supremo y sabio los nudos que tenemos
en el alma. No aprendemos a escuchar a nuestro cuerpo cuando sentimos que nos
falta el aire. No notamos que la angustia es provocada por llenarnos de cosas y
que en realidad deberíamos soltar, dejar ir con amor, para lograr así sentirnos
plenos, plenos en la nada misma.