La
selección hizo historia en Brasil a pesar de perder la final frente a Alemania
1-0 en tiempo suplementario. De esta manera debió conformarse con su tercer
subcampeonato, tras haber controlado el partido y haber dispuesto de las mejores
oportunidades para convertir y consagrarse.
Prolijo,
atento, aplomado, digno. Así se mostró la Selección en el Maracaná. Pero no alcanzó
para coronarse porque generalmente con eso no alcanza. Faltó audacia, atrevimiento,
rebeldía. Alemania ganó el mundial jugando a lo que podía jugar: orden táctico,
sincronización colectiva, administración correcta de los espacios, apuesta a la
pelota parada, a la prolijidad defensiva, a la dinámica de sus volantes y a la
efectividad de sus delanteros. Argentina perdió jugando a lo que no era su esencia
ya que centró su esquema en el orden defensivo, en no ser lastimado por el
rival, y casi renunció a explotar lo mejor que tiene: el talento y la osadía de
sus delanteros. De esta forma aunó sus fuerzas en no ser vulnerada pero escatimó
esfuerzos en lastimar al rival apostando solo a una genialidad individual, y
esto significó convertir solo 8 goles en 7 partidos, lo que representa una
efectividad de poco más de un gol por encuentro. Escasa cosecha si se piensa en
Messi, Higuaín, Di María, Agüero, Palacio, Lavezzi, ¿Tévez?
Por
otra parte, la defensa logró su objetivo ya que recibió solo 4 tantos. Es más,
si se considera a la que terminó siendo titular, solo le convirtieron un gol: el que determinó quién era el campeón y en
tiempo suplementario. Aquí es preciso remarcar que no es casualidad que desde
que Sabella encontró la defensa, el
equipo perdió ataque y convirtió solo 2 goles en los 4 partidos más importantes
del torneo. Poco para un aspirante a campeón.
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El agradecimiento al equipo ya es furor en las redes sociales |
Alemania
rindió en la final de acuerdo a sus posibilidades y Argentina no. Quizás desde
ahí se pueda justificar –si es que fuera posible- el triunfo teutón. El conjunto
de Sabella dispuso de las mejores oportunidades y casi no pasó sobresaltos, lo
que lo indicaría como el lógico ganador. Pero el fútbol no tiene lógica, y por
eso se legitima el triunfo alemán, porque hizo lo que podía y debía para
responder a su historia. Argentina hizo un papel digno que en los merecimientos
debió haberle dado el título, pero los goles no se merecen, se hacen. Y eso
convierte a Alemania en un auténtico campeón.
Klose
y compañía apostaron a acertar alguna de las pocas que aspiraban a generar, y lo
lograron. El conjunto albiceleste apostó a lo mismo pero tenía paño para
intentar generar más. No estuvo efectivo y fino en la definición a pesar de
disponer de las más claras, y pagó en la única desatención defensiva de una
defensa casi infalible. En el medio hubo
un enorme penal al Pipita que el árbitro italiano ignoró pero que pudo no haber
sido determinante si Higuaín no definía tan mal o si Messi convertía en un mano
a mano de esos en los que no suele fallar.
La
Selección terminó concretando un camino inverso al esperado por todos. Se esperaba
una ofensiva punzante, dañina, determinante, apoyada en los 4 fantásticos; y
una defensa vulnerable, dubitativa, errática, con un Romero que no generaba
confianza. El esquema defensivo, con el
arquero incluido, fue de lo mejor que mostró el equipo; y el poderío ofensivo
terminó siendo de los más pobres del mundial.
¿Se esperaba más de las estrellas con Messi incluido? Probablemente, pero a pesar de las polémicas que pueda generar el esquema elegido y los rendimientos alcanzados, se logró un subcampeonato,
lo que no es poco. Absolutamente merecido, superando a todos los rivales –incluso
al campeón- y dejando una imagen de equipo sólido, respetado, temido. Después de
muchos años, Argentina está en la cresta de la ola futbolística gracias a un
grupo comprometido, sacrificado, solidario, que entendió que estaba ante una
oportunidad única de hacer historia. Estuvo a la altura de las circunstancias y
consiguió algo que en 84 años solo se logró 3 veces. Salud subcampeón, todo un
pueblo te aclama y te agradece la manera de representarnos.
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