Superó a Maradona en partidos y goles en la Selección.
Le falta solo un título para ser el argentino más ganador de la historia. En poco
más de dos años convertirá los 93 goles que lo separan de ser el compatriota
más goleador de todos los tiempos a nivel mundial. Es el máximo anotador del Barcelona por escándalo
y todo indica que lo será de también de la Liga española. Con 5 goles más será el máximo artillero
en la historia de la Champions. Le alcanzará con agregar 15 tantos a su cosecha en la Selección, para superar al enorme Gabriel Batistuta y ser el jugador que más goles gritó
con la Celeste y Blanca. Corrió durante el mundial de Brasil 8,15 km, lo mismo
que en la Champions 2012-2013 donde más brilló (8,22 km). Se puso el overol,
corrió rivales, se tiró a los pies, se adaptó a un 4-4-2 que claramente no lo
favorece y aceptó jugar a 50 metros del arco rival porque el esquema lo pedía. Pero
en Argentina nunca alcanza y hay voces que se alzan en su contra, reclaman que
no entrega todo, que camina la cancha, que es un "pecho frío" y que no le duele
perder. Messi se la come. Se la aguanta, no contesta, no se enoja, no se
defiende. Intentará nuevamente en la próxima, en silencio.
Cuando la Copa ya era alemana, no lloró, no miró a
la cámara, no hizo demagogia, no insultó. No esquivó el saludo de nadie y se
lamentó como todos. Nadie más que él sufrió por no lograr el objetivo, pero no
culpó a terceros. Messi se la come. No buscó excusas ni responsables, simplemente
dijo que le importaba solamente traer la Copa.
En el frío análisis de los números y de su desempeño, habrá que decir que fue imprescindible para sortear la primera fase en un conjunto
que deambulaba por el césped y que su rendimiento fue decayendo de manera proporcionalmente
inversa a la solidez defensiva que adquiría el equipo. Porque el conjunto de
Sabella ganó fortaleza defensiva, pero resignó poder de fuego. Encima, de los "4 fantásticos" del Seleccionado, 2 faltaron a la cita mundialista y uno se
lesionó en la etapa más importante. El equipo retrasado, listo para la contra,
con Lío lejos del arco y sin Di María, que se había convertido en el único que
oxigenaba al 10 de la marca rival y de la responsabilidad de llegar al arco de
enfrente: demasiado para que La Pulga haga milagros.
Es claro que no es lo mismo desequilibrar en los
últimos 20 metros que en los últimos 50. Es lógico pensar que no es lo mismo
llegar tocando con gente que hable el mismo idioma futbolístico mientras los
laterales llegan al fondo, que hacerlo con mediocampistas de ida y vuelta y con
laterales que –de octavos en adelante- llegaron cada vez menos a la línea de
fondo rival.
Pero Messi se la come. Sin protestar, se adueñó de
la responsabilidad y estuvo a 7 minutos de la gloria y de que, los mismos
que lo critican, lo conviertan en dios. Sin brillar, consiguió que siempre al menos 2 rivales jueguen solo para marcarlo a él, y que cada argentino se pare de su
silla cuando agarraba la pelota. Hizo 4 goles, puso pases-gol, apiló gente, se bancó
la presión y se banca las críticas. Solo habla en la cancha, y seguramente ya estará
afinando la garganta para hablar de nuevo en Chile 2015. Mientras tanto, se la
sigue comiendo.
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Messi, en el círculo central, rodeado de alemanes. |
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