jueves, 31 de octubre de 2019

Boca debe "recuperar su vida", no Alfaro


El conjunto de la Ribera hace años que ha perdido identidad y en 10 meses de trabajo el técnico profundizó ese declive ya que solo le ha aportado confusión, dudas, temores e improvisación. Todavía no se sabe a qué juega Boca y la mayoría de sus jugadores han tenido un desempeño muy por debajo de lo que deben dar. Es sabido que sacar lo mejor de cada uno es tarea del técnico y aquí también ha fallado “Lechuga” y no es casualidad: no teniendo clara la partitura es muy difícil elegir a los intérpretes, y luego éstos, confundidos, deberán descifrar esas notas como puedan. Y sale lo que sale: el equipo no sabe donde está parado. No tiene convicción, no sabe qué busca dentro de la cancha (y por ende, no sabe cómo hacerlo), es un conjunto de voluntades tirando centros y jugando la pelota “segura”, para atrás y siempre obligando al compañero a esperarla, nunca con ventaja. No hay sorpresa ni cambio de ritmo, no se gana en el mano a mano (porque ni siquiera se animan a proponerlo) y no hay juego asociado ni parejas futbolísticas. Para redondear un presente desalentador, la seguridad defensiva que había logrado se evaporó tras el gol de Newells que acabó con el récord de Andrada y desde entonces cada vez que lo atacaron, lo lastimaron.
A este panorama tan oscuro como predecible hay que agregar que los rivales siempre lo sorprenden al xeneixe, el equipo nunca puede contrarrestar las mejores armas de su contricante y como contrapartida, éstos siempre anulan lo que fuera que vaya a intentar Boca en los pocos momentos en que intenta algo.
Por si todo esto fuera poco, hace años que no tiene -y esto no es solo desmérito de Alfaro sino también de sus antecesores- una de las principales características xeneixes: revelarse a la adversidad, creer que se puede ganar y de esa manera, convencer al rival de que le van a ganar. De hecho, sucede todo lo contrario: todos sienten que pueden ganarle a Boca y el fútbol se maneja también por sensaciones, por momentos, por confianza y cuando eso aparece todo se potencia y cuando no pasa todo se desmorona.
El último equipo que tuvo una identidad definida y se sabía a qué jugaba fue el Boca de Falcioni. Será discutible si era más o menos vistoso pero es innegable que ese ciclo tenía una marca propia bastante emparentada con la histórica mística xeneixe y no de casualidad fue la última vez que estuvimos verdaderamente cerca de ganar una final de Libertadores. Podrán decir que en términos de números fue similar al ciclo de Guillermo pero en cuanto a representatividad fue muchísimo más. Por lo que proponía y por lo que transmitía dentro de la cancha no solo hacia adentro sino también hacia los rivales: hoy a Boca se le ha perdido el respeto. Y si a eso le sumamos fallos arbitrales puntuales y determinantemente perjudiciales, falta de convicción dirigencial, técnica y futbolística, el combo no puede desembocar en otra cosa que en el presente triste, deslucido, desabrido y desorientado del equipo de Alfaro.
En fútbol se puede ganar y perder y eso está claro, la cuestión es el cómo. El subcampeonato del mundo conseguido por el Seleccionado en 1990 vale lo mismo que el de 2014 pero mientras en Italia no solo merecimos perder sino que además ni siquiera pateamos al arco, en Brasil no solo debimos ganar sino que el haber perdido fue un hecho fortuito típico del fútbol que nos permitió volver a casa con la frente alta. Boca mereció haber perdido todo lo que perdió en los últimos años y nunca tuvo la rebeldía necesaria para imponerse cuando las circunstancias fueron adversas.
Es hora de empezar de nuevo pero de verdad, cambiando el chip desde arriba hacia abajo. “Quiero irme a casa y recuperar mi vida” fue la desafortunada frase de Alfaro tras la repetida y dolorosa derrota con River. Es la institución la que debe recuperar su vida, esto no es Boca. Y lo saben los jugadores, los hinchas, los rivales y el mundo futbolístico todo. Para cambiar esa realidad es imprescindible primero, aceptarla (aunque Angelici y sus colaboradores no se hayan enterado). Luego de eso recién será posible. ¿Difícil? ¡Sin dudas! Y tan complejo como impostergable.

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