miércoles, 9 de octubre de 2019

Boca quiere soñar pero el “Muñeco maldito” lo azota con sus peores pesadillas


Jugadores, cuerpo técnico, dirigentes e hinchas del Xeneixe dicen para el afuera que la serie está abierta, que todavía hay chances, que pueden darlo vuelta. Eso es tan cierto y probable como el “Sí, se puede” de Mauricio Macri: no tiene lógica ni sustento y lo más factible es que la escandalosa diferencia de 17 puntos con que perdió en las PASO se agrande hasta convertirse en goleada humillante.
El aliciente gigante en que se quiere apoyar el mundo bostero es que en fútbol, por aquello de “la dinámica de lo impensado” del eterno Dante Panzeri, todo puede pasar. Y ese todo incluye la hazaña del equipo de Alfaro. Claro que para eso tiene que darse una serie de circunstancias, todas juntas, y varias de ellas inimaginables.
El primero de esos ítems para ilusionar al conjunto de la Ribera es que River sea un desastre, que no esté a la altura, que sus jugadores no tengan el temple necesario y que el marco se los devore: descartado de plano. El conjunto de Gallardo no fue un desastre ni en sus peores presentaciones en este lustro. Sabe qué quiere dentro de la cancha, tiene sociedades armadas y la solidaridad y conciencia de equipo hace que cuando una individualidad no responde, el conjunto la suplante. En cuanto al temple -un dato no menor y que históricamente fue patrimonio casi exclusivo de Boca- se ha mudado al barrio de Nuñez: cada uno de los que ingresa a la cancha con la banda cruzada al pecho está convencido de lo que tiene que hacer y también de que la única manera de lograrlo es tener el cuchillo entre los dientes hasta que los amigos de Fox le hagan la entrevista post partido. Como si todo esto no alcanzara, el Muñeco ha logrado que, juegue quien juegue, cada uno siempre rinda al máximo en los encuentros cruciales y para muestra bastan los números: disputó 60 mano a mano y ganó 49. Y contra su archirival jugó 4 y ganó... ¡4!
La segunda circunstancia que permitiría pensar en la épica es que Boca mejore sustancialmente su rendimiento futbolístico e imponga condiciones: también poco probable. El equipo de Alfaro no sabe qué tiene que buscar dentro de la cancha y cuando uno no sabe qué busca no hay manera de encontrar el cómo. Sus jugadores están desparramados sin un norte, con funciones inexplicablemente cambiadas o confusas que lógicamente conspiran contra el rendimiento individual, lo que inevitablemente desdibuja la presentación del conjunto. Por si fuera poco, Weigandt, Más (con un penal tan insólito como innecesario y determinante), Reynoso, Soldano y Ávila han carecido del carácter, la enjundia, la energía, la rebeldía y el espíritu imprescindibles para jugar finales. 5 jugadores, medio equipo, demasiado. Párrafo aparte merecen Andrada y la dupla de centrales López-Izquierdoz y Marcone-Capaldo, quienes sí respondieron de acuerdo a lo esperado demostrando jerarquía. Por otra parte, otra carencia achacable al cuerpo técnico, tanto al de Guillermo como al de Alfaro: nunca sus jugadores rindieron al máximo en los partidos claves, ni siquiera las máximas figuras y así no se ganan títulos.
El estado anímico y la confianza también juegan para River. El Boca multicampeón se apoyaba no solo en el rendimiento colectivo sino también en figuras que siempre rendían al máximo y eso contagia: Riquelme no tiene una final con puntaje menor a 9 y lo mismo para Bermúdez, Arruabarrena, Battaglia y varios más. Palermo asustaba por su sola presencia y condicionaba rivales y el histórico gol “en muletas” es prueba de ello: el Titán estuvo media hora para acomodarse y nadie atinó a marcarlo. Eso sucede cuando el de enfrente impone respeto y los jugadores del Boca de Guillermo antes y de Alfaro ahora, nunca lo han impuesto en circunstancias determinantes, todo lo contrario de lo que sucede con cada jugador que Gallardo ponga en cancha.
Finalmente, para ratificar la presunción de favorito del conjunto de Nuñez, cuando las circunstancias lo ameritan aparece el VAR y todas sus implicancias. Porque Más hizo un penal imperdonable y amateur pero solo detectable si lo vemos en cámara lenta repitiéndolo 10 veces (el árbitro estaba a 5 metros, de frente a la jugada y no lo vió). Y el VAR siempre busca penales en el área rival y nunca en el área de River (que, lógicamente, también los debe haber), expulsa a Capaldo pero no llama para revisar el manotazo de Pinola y así sucesivamente, lo que pinta un panorama más oscuro aún para el Xeneixe.
Alfaro se enoja cuando hablan de posible hazaña porque “esto es Boca y somos un grande” pero se olvida que para sacar esa credencial primero tiene que convencer a los suyos para que jueguen como tal y luego puedan imponérselo a los rivales. Mientras tanto estará sujeto a algún centro, a alguna patriada de Salvio si puede jugar, a que Andrada le conserve el cero, a alguna corajeada de Tevez si decide ponerlo, a que Mauro se saque la apatía que lo acompaña, a que Reynoso se entere que las finales no se juegan al tranquito, a que Villa termine -por fin- una bien o a que Mc Allister concrete algo de lo mucho que insinúa. ¿Difícil? Sí. Imposible no hay nada y mucho menos en fútbol. Boca debe revalidar imperiosamente la chapa de grande, River tiene margen de sobra en todos los ítems.

No hay comentarios:

Publicar un comentario