domingo, 10 de mayo de 2020

El deterioro emocional, grave daño colateral de la cuarentena


Angel visita a su mamá todos los días. Ella tiene 75 años, vive sola y es autosuficiente pero él aparece cada tarde, la saluda de lejos, se prepara el mate y se sienta en la otra punta de la mesa para conversar con ella por espacio de una hora. Rompe la ley porque no debiera visitarla ya que ella se arregla sola y ante la requisitoria al respecto, responde: ¿qué querés, que se muera? Si no tiene con quien charlar y ni siquiera puede hablar con los vecinos, se me muere en una semana, justifica. Gabriel no ve a su hija de 3 años hace más de 50 días porque al estar separado de la madre, ella se escuda en el temor y en la prohibición de salir para que él no la visite, limitándolo a videollamadas en las que lucha para evitar que el dolor por no poder hacerle una caricia a su hija lo desborde. Raúl y Susana esperaron muchos años para ser abuelos hasta que por fin su hijo, a sus casi 40, se dignó a tener descendencia. Ese pequeño era casi el único motivo de felicidad en el complejo declive que implica ser viejo en tiempos de capitalismo salvaje pero se lo arrebataron ya que la ley les impide ir a visitarlo o recibirlo en su vivienda y sienten que están muriendo de tristeza mientras… ¡están muriendo de tristeza! Las personas que se aman pero no conviven (que son muchísimas, al igual que las que sí conviven pero no se aman) no pueden verse porque “no es esencial” y la norma castiga a quienes se desplacen para abrazarse con ese ser tan especial, con el consiguiente impacto emocional, tan profundo como  desatendido.
Gabriel, Raúl, Susana y cada uno/a de quienes se encuentran en situaciones similares alimentaban su esperanza y soportaban su prisión domiciliaria pensando que el 13 de abril (luego de la única extensión del aislamiento sanitariamente justificada) se terminaba todo. Después, se propusieron aguantar hasta el 27, luego hasta el 10 de mayo y ahora sospechan que ya nada tiene sentido. A Ángel  no le pasa eso pero debe lidiar con su conciencia porque se sabe en falta aunque eso sirva para que “la vieja” esté bien. ¿Realmente alguien puede pensar que si alguno de los personajes mencionados no se cuidara tomando todos los recaudos recomendados por los expertos iría a ver a esa persona tan querida, exponiéndola al virus? ¿De verdad alguien con sentido común no ve que hay más riesgo de contraer y propagar el Covid-19 yendo al súper que visitando a alguien en su casa? ¿En serio los sentimientos no importan y se puede aceptar una rigidez legal más simbólica que concreta y que ocasiona mucho más daño que el que en teoría intenta combatir?
Usted me dirá que con la cuarentena se salvaron miles de vidas y se aplanó la curva de contagio y es cierto pero con una salvedad: no se evitó ningún mal aún, simplemente se pateó el problema para adelante porque sin la concientización necesaria, cuando se termine el encierro –que indefectiblemente ocurrirá algún día- los contagios van a proliferar y, tristemente, un porcentaje de los infectados va a morir. También usted me podrá decir que se ganó tiempo para fortalecer la estructura sanitaria, de modo que permita afrontar mejor el famoso pico de contagio y también es cierto pero es preciso aclarar que ese fortalecimiento ocurrió en los primeros 20 días y luego de ello la cuarentena se volvió esclava de su propia efectividad y ahora deshacerla, aterra.
Se esperaba la explosión de contagios para mayo y luego esa previsión se desplazó para junio en virtud del “éxito” del plan de prevención. Ese triunfo no es tal porque la curva se desplazó hacia adelante simplemente porque la gente sigue encerrada, lo que equivale a decir que para evitar que te suicides te impiden el acceso a cualquier tipo de arma cuando lo que debieran hacer es convencerte de cuidarte, de valorarte y de preservar tu vida. Y si eso no ocurre, cuando puedas manotear una navaja te vas a cortar las venas y que eso no pase mientras tienen tus manos atadas no significa éxito sino solo posponer el trágico desenlace, a la fuerza.
Algún analista de “la oposición” dijo que encerrar a la gente para que no se contagie era como evacuar a una ciudad ante un incendio y condenarla a la precariedad permanente en lugar de combatir las llamas. Otros “opositores” sostienen que con una población mundial de más de 7 mil millones de personas, 4 millones de contagiados (menos del 0,06%) y 275 mil muertos (menos del 0,004%) no justifican medidas tan desproporcionadas. Algunos "malintencionados" también recuerdan que el año pasado en nuestro país murieron 33.000 personas por gripe y neumonía pero nadie se asustó porque los medios no te contaban los muertos todos los días, todo el día.
Un informe de 2015 de Perspectives on Psychological Science -citado adrede por no estar contaminado de intereses pro o anti cuarentena- dice que la sensación de soledad y el aislamiento social son factores de riesgo  tan poderosos para la mortalidad como la hipertensión, el cigarrillo o el colesterol alto y su investigación arrojó que el aislamiento, la soledad y el vivir solo incrementan la posibilidad de morir en un 29%, 26% y 32%, respectivamente. El Departamento de psiquiatría de la Fundación INECO, por su parte, afirma que facilitar la comunicación con los seres queridos puede tener un impacto poderoso en la salud emocional de las personas en cuarentena. Al mismo tiempo los expertos dicen que cuanto más estricto y duradero sea el aislamiento, más graves y permanentes son las consecuencias psicológicas, la angustia, la depresión y la inmunodepresión.
Está claro que la cuarentena era necesaria y que su oportuna aplicación trajo enormes beneficios y salvó vidas. Es sabido también que la normalidad como la conocíamos ya no tendrá lugar en nuestra cotidianeidad por muchos meses. Al mismo tiempo, es igual de evidente que no se puede salir livianamente del aislamiento sin entender que muchas actividades estarán vedadas por un periodo impreciso de tiempo y que el contacto social debe estar limitado al mínimo imprescindible. Habrá que evitar aglomeraciones, reducir el uso del transporte público, respetar las distancias, acostumbrarse al barbijo y seguir estrictamente el protocolo correspondiente en cada una de las actividades que se realicen de acá en más. Todas estas medidas ayudarán a preservar la salud de todos y todas pero no son menos importantes que el aspecto emocional,  el cuidado de los afectos y el fortalecimiento anímico tan necesario para hacer frente a un hecho que sin dudas está convirtiéndose en una bisagra en la historia de la humanidad. Es imprescindible atender estas cuestiones de manera urgente porque la angustia y la incertidumbre son tan silenciosas como dañinas y están ahí, agazapadas, compitiendo con el coronavirus para ver quién hace más daño.


jueves, 23 de abril de 2020

¿La cuarentena indefinida es la solución?


Carlos estuvo unos 10 minutos en el almacén, sin barbijo. Compró varias cosas y consultó varias otras. Recorrió el local mirando, tocando y preguntando hasta que finalmente dejó sobre el mostrador los 1.000 pesos para que el comerciante le cobre. Claro, dejó también miles de micropartículas de saliva por todos lados como para propiciar el contagio de quienes compren en ese negocio, detrás suyo. Cuando le dije que hay que usar barbijo me miró con desdén, con soberbia y hasta con desprecio haciendo, por supuesto, caso omiso de mi recordatorio. El dueño del comercio pretendió atenderme rápido porque se le estaba juntando gente, sin limpiar los lugares por donde había estado escupiendo el comprador y solo lo hizo a desgano ante mi exigencia y la complicidad silenciosa de los clientes que estaban detrás mío.

La cuarentena podría durar un año más que, con conductas así, el coronavirus igual se hace una fiesta. Y en nuestro país, con gente tan “viva” y con tanto desprecio por las normas y por el respeto hacia el otro, esta escena puede ocurrir tranquilamente a la vuelta de tu esquina. Y esto lleva a pensar que quizás el aislamiento obligatorio ya cumplió su ciclo y se impone ahora la conciencia ciudadana: si no te cuidás y cuidás al otro, el riesgo se potencia y estaremos todos en peligro. Estará en las decisiones de las autoridades -tan pertinentes y oportunas hasta el momento- arbitrar los medios para que la salida del encierro sea prolija y no se desmadre pero lo cierto es que seguir presos en nuestros hogares pierde cada vez más el sentido si no tomamos conciencia de lo delicado de esta situación. De este modo, retardar la liberación -que tendrá que suceder tarde o temprano- solo retarda la hecatombe social, económica y sanitaria y lo preocupante y peligroso es que Argentina no tiene los recursos para afrontar ninguno de los 3 frentes en caso de desborde. 

El aislamiento social, preventivo y obligatorio tuvo un resultado excelente porque la cantidad de infectados y víctimas fatales es menor incluso a las previsiones más optimistas y eso permitió fortalecer la estructura sanitaria a la espera del famoso pico esperado para mayo, que ahora se desplazó hacia junio. Y como bien explicó el Presidente Alberto Fernández, las vidas que se salvaron con eso bien vale afrontar cualquier freno en la economía, sensiblemente afectada por el parate de casi 40 días. El problema es que la cuarentena no se puede extender en el tiempo por varias razones: en primer lugar, la ciudadanía está cada día menos dispuesta a acatarla, con lo cual su rompimiento y los descuidos proliferan y se multiplican; en segundo término, porque las necesidades de los millones de trabajadores informales exigen salir a buscar el mango (a pesar de la constante presencia del Estado asistiendo a cada persona/grupo/sector que lo necesite) y por último, porque las arcas estatales están cada vez más flacas y esa delgadez se profundiza conforme se extienda el parate. Ante este panorama, la finalización del encierro se impone tanto como las normativas necesarias para evitar contagios masivos y para esto no alcanza solo con decisiones gubernamentales acertadas sino que es preciso también, indefectiblemente, el compromiso y la responsabilidad individual de todos y todas.

Para más adelante quedará la discusión de cuánto de conveniente fue cerrar la economía y hasta cuando fue prudente hacerlo. EE UU, por citar el ejemplo más opuesto a las medidas tomadas en nuestro país, es quizás la muestra más acabada de que subestimar la pandemia solo acarrea miles de muertos y eso no hay superávit que lo compense. Habiendo hecho todo mal, priorizando la economía y tratando de “resfrío” al virus, ya se acercan a los 50 mil fallecidos, con alrededor de 800 mil infectados. Y con estos números, no podemos dejar de lado el festín que se hacen los medios de comunicación poniendo títulos en rojo con cifras que hacen temblar y venden miedo las 24 horas, alarmándose y poniendo el grito en el cielo por el dolor que generan los 3539 fallecimientos registrados ayer en el mundo por el Covid-19 pero sin mencionar siquiera las 17.500 muertes diarias (5 veces más) por desnutrición, decesos más fácilmente evitables que los de la pandemia pero que parece que no son tan preocupantes o no venden tanto. A pesar de esta salvedad, hay que decir que es cierto que los números del país del norte son desastrosos pero también que son cifras muy similares (aunque lamentablemente las va a superar con creces) a las que le cobró la gripe en 2017, solo por citar un ejemplo. Y que la tasa de mortalidad es muy similar aunque la Organización mundial de la salud (OMS) se haya encargado en las últimas semanas de difundir que es 10 veces más letal a pesar de que matemáticamente sea difícil de entender y no den las cuentas.

Y a este desalentador panorama debemos agregarle los males generados por lo inusual y desorientador de una situación inédita e impensada en nuestras vidas. Una pandemia azota, con un enemigo desconocido y hasta ahora invencible y el miedo y la incertidumbre, en mayor o menor medida, se apoderan de nosotros. La angustia de sentirse acorralados, el temor por los seres queridos, la impotencia por quienes no comprenden la magnitud del problema, la falta de recursos, la soledad, la tristeza, la ruptura de las rutinas organizadoras de nuestra cotidianeidad y la desazón que provoca no saber cuándo vas a poder dar ese abrazo que tanta falta te hace son un combo letal.

Claramente el encierro ya no es el camino aunque tampoco se puede volver a la vida normal porque eso garantizaría el desastre que todos tememos. Y en esta ecuación pagan justos por pecadores porque mientras quienes se cuidan, toman los recaudos necesarios y evitan salir privándose incluso de visitar a sus afectos más sensibles, andan por tu barrio muchos Carlos y Carlas haciendo que a pesar de todo vos, que hacés las cosas bien, te puedas contagiar en el almacén, en la ferretería, en el cajero o en cualquiera de esos lugares de los que ninguno podemos escapar.

Es momento de pensar en el otro porque eso es pensar en uno mismo. Esta frase tan hipócritamente declamada por tanta gente hoy exige imperiosamente su puesta en práctica pero de verdad: auténtica, genuina, empáticamente. Casi como debieran ser todos los actos en nuestra vida.

domingo, 22 de marzo de 2020

Cuarentena: aprendemos a vivir o nos resignamos a morir


Recién van 48 horas del aislamiento social, preventivo y obligatorio y ya hay más de 3200 detenidos por infringir la oportuna, previsora e imprescindible norma establecida por el Presidente Alberto Fernández a través de un DNU. Para tomar dimensión de la gravedad de este hecho es necesario considerar que los aprehendidos son apenas un pequeño porcentaje de las personas que, pudiendo no salir de sus casas, se dedicaron a dar una vuelta por ahí, a hacer footing o ciclismo, a “hacer esquina”, a irse de picnic o a “ejercer su derecho” de andar libremente. Y esto sucede porque no alcanzan las fuerzas de seguridad para controlar cada rincón del país y a cada inconsciente que se desinterese del bien común.
Si no circulamos, no circula el virus
Claramente la clave está en que entiendan la situación y quizás su propio desprecio por su vida y por la de los demás pueda servir de ejemplo para tomar conciencia: si no fueron detenidos a pesar de cagarse en las normas y en el prójimo fue porque las fuerzas de seguridad no dan abasto para controlar y apresar a tanto idiota. Usted me dirá ¿y? Bueno... si hay muchos infractores no hay policía que alcance y así los egoístas irresponsables pueden seguir rompiendo las reglas durante algunos días más sin ser alcanzados por los efectivos del Estado dispuestos para tal fin. Y lo grave, preocupante e irreversible es que si lo que se multiplica como los infractores son los infectados, tampoco van a dar abasto las instituciones y el personal de salud para atender a tanto enfermo y la consecuencia de esto va a ser muy distinta a la de seguir paveando en la calle: la gente que necesita atención médica y no la recibe, se muere. Y cuando los infectados se multiplican tan rápido (como está sucediendo en cada lugar del mundo en que se subestimó la situación del mismo modo que hace cada uno/a de los que no respetan la cuarentena) no hay manera de que haya disponibles ni médicos, ni enfermeros, ni camas, ni medicamentos, ni respiradores ni espacio físico donde atenderlos.
Una vez más queda en evidencia que la única manera de vivir en sociedad y no morir en el intento (nunca tan literal) es respetar las normas. Las pautas de convivencia se establecen buscando el bien común y aunque muchos/as sientan que no están alcanzados por esa premisa, es buen momento para llamarse a la reflexión y entender que situaciones excepcionales exigen comportamientos excepcionales. Si la pandemia requiere aislarse socialmente como única medida eficaz para detenerla y que todo esto no devenga en un caos inmanejable, no queda otra que colaborar y entender que si los expertos están desesperados y piden a gritos al planeta entero que se aísle, es porque quizás el panorama es más oscuro y pesimista de lo que podemos ver los ciudadanos comunes.
El virus ya circula mucho más en Argentina, se está extendiendo por todo el territorio y está a la vuelta de la esquina. De este modo, es cada vez más probable que nos topemos con él en alguna persona, en algún objeto, en el suelo que pisamos, en la estantería del supermercado o en el paquete de galletitas al que alguna gotita de saliva de algún infectado pudo caerle encima, solo por citar algunos ejemplos. Es imprescindible entender esto y tomar los recaudos necesarios aunque nos parezcan exagerados: al fin al cabo es mejor quedar como exagerado que como estúpido. Y de la exageración se puede volver pero de una inconsciencia irresponsable que genere un caos sin precedentes en la historia de la humanidad, no.
En este punto es importante destacar que mirar al mundo puede darnos una mano y en ese sentido contamos con ventaja porque el virus nos llegó mucho después. España e Italia, por ejemplo (sobre todo éste último) hicieron todo mal y tarde y en 20 días sus calles vacías se convirtieron en una escena de película de terror postcatástrofe, con 72.000 infectados y más de 6.500 muertos amontonados en morgues improvisadas. Mientras tanto China, primer afectado a nivel mundial, ya empezó a controlar la pandemia y hoy tuvo su primer infectado tras 4 días sin nuevos enfermos locales. Claro, nosotros tenemos más influencia española e italiana en la sangre y, por lo tanto, tenemos menos apego a las normas, casi ninguno, diría. No tenemos la disciplina ni la conciencia social de los orientales pero esta es nuestra oportunidad de revisar esas conductas que en general nos ofrecen más tropiezos que avances.
Estamos en un momento bisagra de nuestra historia, de reposicionamientos políticos, económicos, sociales y culturales. Si usted piensa que esto es ridículo, exagerado o anticientífico, es respetable pero... ¡cuídese y aíslese igual, por las dudas! Si no lo hace por usted hágalo por sus seres queridos y por quienes lo rodean, que seguro debe haber gente que vale la pena.

domingo, 1 de marzo de 2020

Estado de bienestar milenials


La calamitosa situación económica y social que dejó el gobierno de Cambiemos obliga a rediscutir prioridades políticas haciendo que ordenamiento, déficit, refinanciamiento, comercio exterior y otros temas caigan en saco roto cuando la pobreza y las necesidades extremas asfixian al 40% de la gente y reinstalan la urgencia de transferir recursos y posibilidades hacia los sectores más postergados que quedaron en situación terminal.
En este contexto se puso de moda nuevamente el término "populista" que, a su vez, se convirtió en el insulto preferido de quienes defienden las políticas regresivas aplicadas por el neoliberalismo macrista. En tiempos de 3.0, redes e internet no podemos menos que indagar allí acerca del significado del concepto encontrando que “populismo se suele usar de forma retórica en sentido peyorativo con la finalidad de denigrar a los adversarios políticos”. Al mismo tiempo, desde otro lugar de la web se sentencia: (los populistas son) movimientos que … se muestran, ya sea en la práctica o en los discursos, combativos frente a a las clases dominantes. Apelan al pueblo para construir poder entendiendo al pueblo como clases sin privilegios, lo que hace que los líderes populistas se presenten como redentores de los humildes. Por si hiciera falta redondear la idea recurrimos al “gran diario argentino” que, a través de Ugo Pipitone “explica” en una nota veraniega que “en el mundo brotan varios hongos populistas” y luego de definirlos como demagogos y aduladores del pueblo, sostiene que en este contexto... es comprensible que grandes sectores de la población... entreguen sus expectativas a demagogos que canalizan las frustraciones colectivas”.

¿Hacemos un repaso? Los populistas son hongos. Se trata de demagogos y aduladores que canalizan (léase “se aprovechan de”) las frustraciones y se muestran combativos (¿se muestran pero en realidad no lo son?). Por si con todo esto no alcanzara, su sola mención denigra a quien se “acusa” de serlo. Está claro que la intencional connotación negativa pretende enterrar el concepto sin atender las razones ni los responsables de que este tipo de políticas se torne imprescindible. Y más allá de que la tribuna oligarca pretenda tildar de mero asistencialismo cualquier iniciativa en este sentido, es insoslayable que la trasferencia de recursos hacia los sectores más vulnerados de la sociedad es tan necesaria como urgente. Ya lo dice Zigmunt Bauman desde su icónico “Daños colaterales, desigualdades sociales en la era global”: un Estado político que rehúsa ser un Estado social puede ofrecer poco y nada para rescatar a los individuos de la indolencia o la impotencia. (...) Si los derechos políticos son necesarios para establecer los derechos sociales, los derechos sociales son indispensables para que los derechos políticos sean reales y se mantengan vigentes". Ernesto Laclau, por su parte, refuerza la naturalización del desprecio por el concepto a través de “La razón populista”: “para progresar en la comprensión del populismo es una condición 'sine qua non' rescatarlo de su condición marginal en el discurso de las ciencias sociales (…) el populismo no solo ha sido degradado, también ha sido denigrado. Su rechazo ha formado parte de una construcción discursiva de cierta normalidad”.
Desatendiendo la idea que nos quieren vender los sectores dominantes, es evidente que el Estado social no solo no es malo sino que es imprescindible a la hora de convertirse en el único garante para achicar las desigualdades y tornar más justo el reparto de recursos. Asimismo, no es menos cierto que se impone una nueva forma de contención social “siglo XXI”. Este marco es el que exige una etapa de transición en la que la trasferencia de recursos vaya dando lugar a proyectos populares de producción, de manera de desterrar la asistencia emparentada con el clientelismo y dar paso a programas que permitan impulsar proyectos que desemboquen en la creación genuina de puestos de trabajo que contemplen a aquellos/as que fueron excluidos de todos los derechos y despojados de su dignidad.
Más allá de discusiones estériles sobre conceptos y significados, en tiempos de revolución tecnológica se impone también una resignificación del Estado social. Para ello es imprescindible la implementación de programas que atiendan específicamente las necesidades de cada sector y eso es posible únicamente a través del trabajo mancomunado de todos los niveles gubernamentales: Nación, Provincia y Municipios deben articular un proyecto que contemple los recursos, las posibilidades, las limitaciones y las potencialidades de cada territorio. Y si bien el abanico debe contemplar a todos y todas, es necesario apuntar esencialmente a los/as jóvenes y adolescentes de los sectores más golpeados, que en gran número se vieron obligados a dejar sus estudios para ser explotados en el mercado informal de trabajo como única manera de paliar las necesidades extremas que se padecían en casa. Solo garantizando la educación, la salud, el pan de cada día y el derecho a un trabajo genuino que escape a la repugnante uberización del sistema laboral se pueden igualar las posibilidades de los sectores eternamente postergados y, para eso, es imprescindible la existencia de un Estado social garantista, un Estado de bienestar 3.0.

lunes, 27 de enero de 2020

Camino al nacional: la dupla campeona confirmó su presencia

Los flamantes ganadores de la última edición en la categoría +45 finalmente serán de la partida despejando una incógnita que tuvo en vilo a la organización del evento. La duda estaba centrada en una lesión crónica conocida en el ambiente como "codo de no-tenista", que afecta a Adrián Pilipchuk desde hace tiempo.  El anuncio se hizo ayer en la rueda de mates del sector de tenis ante la insistencia de Camila San Martín, principal impulsora y organizadora del torneo.
De esta manera el certamen se asegura uno de sus mayores atractivos ya que, al lucido y eficaz juego de la pareja, se suma la sed de venganza de sus derrotados el año pasado. La noticia tranquilizó tanto a Almirante Brown -club organizador- como a la cúpula de la AAT que, como promotora y auspiciante del evento,  emitió un comunicado a través de su presidente Martín Vasallo Argüello festejando la confirmación.
Cabe recordar que la edición 2019 fue un éxito absoluto con casi 200 inscriptos y una lista de patrocinadores y premios para ganadores y participantes inédita en un torneo amateur en nuestro país. Es por ello que se espera superar aquellas estadísticas y, teniendo en cuenta la avalancha de inscriptos y pautas publicitarias que se suman, todo indica que así sucederá, a partir del próximo 14 de febrero en las instalaciones del aurinegro. No obstante, Camila San Martín exigió a los campeones que desde sus redes sociales anuncien a sus miles de seguidores su decisión de presentarse.
Al respecto, Adrián Pilipchuk declaró "estoy bastante recuperado y no quería exponer a Gustavo a quedarse sin pareja en medio del torneo, por eso dudé hasta el final". Rodríguez, por su parte, confirmó su alegría por esta situación y justificó: "si bien tenía otras ofertas interesantes, no quería dar el sí porque después de jugar con Messi no podés imagínarte jugando con otro compañero",
La aclaración oficial de la dolencia que afectaba a Pilipchuk echa por tierra los rumores que indicaban que la dupla atravesaba una crisis generada por la vida lujuriosa de uno de sus integrantes, situación de la cual hasta el momento no se tienen datos concretos.

viernes, 17 de enero de 2020

Periodismo partidario: un bien necesario

Mucho se escucha, se lee y se dice sobre el desprecio, la bronca, el enojo y la descalificación que genera el/la periodista que manifiesta su postura y/o ideología y construye su discurso a partir de esas premisas. Entonces todo lo que dice pasa a estar impregnado de "tendenciosa subjetividad" y automáticamente adquiere el mote de “vendido/a”, “macrista”, “peronista”, “bostero”, “gallina”, solo por citar algunos ejemplos icónicos. Con este criterio, esas voces, esos escritos, esas personas, dejan de tener “autoridad moral” para hablar porque juegan para tal o cual y todo lo que digan es puesto en duda o directamente pasa a ser mentira a menos que quien lee o escucha piense lo mismo o esté marcado por la misma ideología.
Foto: pirámide invertida.com.ar
Entonces... ¿molesta que alguien manifieste postura o lo que enoja es que esa no sea “mi” postura? ¿Qué mejor que quien hable o escribe me diga de antemano para quien juega o cuales son sus ideales para que uno pueda atribuirle con más justeza a ese discurso el lugar que le corresponde? ¿Es acaso más creíble quien se autoproclama “objetivo” y dice no jugar para nadie y desde ese lugar nos cuenta su visión de la realidad pero sin decirnos que es justamente eso: su visión y no la realidad misma? Estas polémicas se desatan cada vez con más frecuencia en tiempos de posverdad porque constantemente necesitamos hacernos eco de las voces que reproducen nuestro sentido, nuestra manera de ver el mundo. 
El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber definió a la posverdad como “leer de la realidad solo lo que le cuaja y  le cierra a lo que previamente uno cree”. Y va más allá todavía al afirmar que “hay como una conciencia de que uno ejerce esa operación pero no le importa”. Mientras tanto, la RAE describe posverdad como “la distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Lo que olvida esla Real Academia es aclarar que, sin distinción de edades, ideologías, formaciones, profesiones y roles  todos y todas recortamos siempre la realidad a nuestro antojo y reproducimos ese recorte como si fuera la totalidad. Sin embargo, le exigimos al otro/a -más si es periodista pero mucho más aún si quien toma la palabra está impregado/a de una selección de realidad diferente a la nuestra- que no lo haga y nos cuente “las cosas como son”.
José Luis Dader, doctor en ciencias de la información y Catedrático del área de periodismo en Madrid sostiene que esta profesión es “una ciencia que combina la recopilación, verificación, síntesis y clarificación de la información acreditada como relevante y cierta para servir desinteresadamente a los ciudadanos en su necesidad de seguimiento preciso de los asuntos de interés público”. Así las cosas,  no se puede dejar de lado que lo resaltado en negrita debe ser realizado (sí o sí) por una persona y que ese sujeto, ineludiblemente, pondrá su ojo a la hora de recoger, clasificar y transmitir esa información que él mismo ha considerado relevante. De esta manera se pone de manifiesto que la subjetividad es ineherente a cada relato con lo cual la objetividad no deja de ser una utopía romántica y, al mismo tiempo, se ratifica que el periodismo debe servir desinteresadamente. 
En este contexto, ¿no es más saludable que quien comunica nos cuente a partir de qué mirada va a recortar la realidad y contárnosla? ¿No es más sano que nosotros mismos tengamos la capacidad de escuchar a otro que piense distinto y no por eso desacreditarlo automáticamente? Es necesario entender que no se puede juzgar la mirada del otro y mucho menos condenarla ya que estamos en una etapa que quizás modifique para siempre el rol de los medios de comunicación. Su función ya no es contar aquello que el ojo humano no alcanza a ver sino consolidar las ideas que los sectores hegemónicos quieren imponer como verdad absoluta. Y aquí es donde hay que estar muy alertas y diferenciar si el relato del/la periodista responde a convicciones genuinas o a intereses creados. Al primero hay que respetarlo aún en desacuerdo pero al segundo hay que denostarlo y  exponerlo de la manera más descarnada ya que solo es el sirviente de los sectores poderosos cuyo fin es vendernos realidades solo existentes en los discursos y en las redes sociales pero que difícilmente puedan anclarse en hechos concretos, palpables, empíricos y que solo persiguen estafarnos moral y económicamente. Ellos mienten adrede y su único fin es enriquecerse a costa de la manipulación de la información, por eso es imperioso que sepamos distinguirlo: el periodismo partidario, en tanto genuino, aporta transparencia a la comunicación, lo otro... lo otro es la práctica macabra y profesional de la mentira.