Carlos estuvo unos 10 minutos en
el almacén, sin barbijo. Compró varias cosas y consultó varias otras. Recorrió
el local mirando, tocando y preguntando hasta que finalmente dejó sobre el
mostrador los 1.000 pesos para que el comerciante le cobre. Claro, dejó también
miles de micropartículas de saliva por todos lados como para propiciar el
contagio de quienes compren en ese negocio, detrás suyo. Cuando le dije que
hay que usar barbijo me miró con desdén, con soberbia y hasta con desprecio
haciendo, por supuesto, caso omiso de mi recordatorio. El dueño del comercio
pretendió atenderme rápido porque se le estaba juntando gente, sin limpiar los
lugares por donde había estado escupiendo el comprador y solo lo hizo a desgano
ante mi exigencia y la complicidad silenciosa de los clientes que estaban detrás
mío.
La cuarentena podría durar un año
más que, con conductas así, el coronavirus igual se hace una fiesta. Y en
nuestro país, con gente tan “viva” y con tanto desprecio por las normas y por
el respeto hacia el otro, esta escena puede ocurrir tranquilamente a la vuelta
de tu esquina. Y esto lleva a pensar que quizás el aislamiento obligatorio ya
cumplió su ciclo y se impone ahora la conciencia ciudadana: si no te cuidás y
cuidás al otro, el riesgo se potencia y estaremos todos en peligro. Estará en
las decisiones de las autoridades -tan pertinentes y oportunas hasta el
momento- arbitrar los medios para que la salida del encierro sea prolija y no
se desmadre pero lo cierto es que seguir presos en nuestros hogares pierde cada
vez más el sentido si no tomamos conciencia de lo delicado de esta situación.
De este modo, retardar la liberación -que tendrá que suceder tarde o temprano-
solo retarda la hecatombe social, económica y sanitaria y lo preocupante y
peligroso es que Argentina no tiene los recursos para afrontar ninguno de los 3
frentes en caso de desborde.
El aislamiento social, preventivo
y obligatorio tuvo un resultado excelente porque la cantidad de infectados y
víctimas fatales es menor incluso a las previsiones más optimistas y eso
permitió fortalecer la estructura sanitaria a la espera del famoso pico
esperado para mayo, que ahora se desplazó hacia junio. Y como bien explicó el
Presidente Alberto Fernández, las vidas que se salvaron con eso bien vale
afrontar cualquier freno en la economía, sensiblemente afectada por el parate
de casi 40 días. El problema es que la cuarentena no se puede extender en el
tiempo por varias razones: en primer lugar, la ciudadanía está cada día menos
dispuesta a acatarla, con lo cual su rompimiento y los descuidos proliferan y
se multiplican; en segundo término, porque las necesidades de los millones de
trabajadores informales exigen salir a buscar el mango (a pesar de la constante
presencia del Estado asistiendo a cada persona/grupo/sector que lo necesite) y
por último, porque las arcas estatales están cada vez más flacas y esa delgadez
se profundiza conforme se extienda el parate. Ante este panorama, la
finalización del encierro se impone tanto como las normativas necesarias para
evitar contagios masivos y para esto no alcanza solo con decisiones
gubernamentales acertadas sino que es preciso también, indefectiblemente, el
compromiso y la responsabilidad individual de todos y todas.
Para más adelante quedará la
discusión de cuánto de conveniente fue cerrar la economía y hasta cuando fue
prudente hacerlo. EE UU, por citar el ejemplo más opuesto a las medidas tomadas
en nuestro país, es quizás la muestra más acabada de que subestimar la pandemia
solo acarrea miles de muertos y eso no hay superávit que lo compense. Habiendo
hecho todo mal, priorizando la economía y tratando de “resfrío” al virus, ya se
acercan a los 50 mil fallecidos, con alrededor de 800 mil infectados. Y con estos números, no podemos dejar de lado el
festín que se hacen los medios de comunicación poniendo títulos en rojo con
cifras que hacen temblar y venden miedo las 24 horas, alarmándose y poniendo el
grito en el cielo por el dolor que generan los 3539 fallecimientos registrados
ayer en el mundo por el Covid-19 pero sin mencionar siquiera las 17.500 muertes
diarias (5 veces más) por desnutrición, decesos más fácilmente evitables que
los de la pandemia pero que parece que no son tan preocupantes o no venden
tanto. A pesar de esta salvedad, hay que decir que es cierto que los números
del país del norte son desastrosos pero también que son cifras muy similares
(aunque lamentablemente las va a superar con creces) a las que le cobró la
gripe en 2017, solo por citar un ejemplo. Y que la tasa de mortalidad es muy
similar aunque la Organización mundial de la salud (OMS) se haya encargado en
las últimas semanas de difundir que es 10 veces más letal a pesar de que
matemáticamente sea difícil de entender y no den las cuentas.
Y a este desalentador panorama
debemos agregarle los males generados por lo inusual y desorientador de una
situación inédita e impensada en nuestras vidas. Una pandemia azota, con un
enemigo desconocido y hasta ahora invencible y el miedo y la incertidumbre, en
mayor o menor medida, se apoderan de nosotros. La angustia de sentirse
acorralados, el temor por los seres queridos, la impotencia por quienes no
comprenden la magnitud del problema, la falta de recursos, la soledad, la tristeza,
la ruptura de las rutinas organizadoras de nuestra cotidianeidad y la desazón
que provoca no saber cuándo vas a poder dar ese abrazo que tanta falta te hace son
un combo letal.
Claramente el encierro ya no es
el camino aunque tampoco se puede volver a la vida normal porque eso
garantizaría el desastre que todos tememos. Y en esta ecuación pagan justos por
pecadores porque mientras quienes se cuidan, toman los recaudos necesarios y
evitan salir privándose incluso de visitar a sus afectos más sensibles, andan
por tu barrio muchos Carlos y Carlas haciendo que a pesar de todo vos, que
hacés las cosas bien, te puedas contagiar en el almacén, en la ferretería, en el
cajero o en cualquiera de esos lugares de los que ninguno podemos escapar.
Es momento de pensar en el otro
porque eso es pensar en uno mismo. Esta frase tan hipócritamente declamada por
tanta gente hoy exige imperiosamente su puesta en práctica pero de verdad:
auténtica, genuina, empáticamente. Casi como debieran ser todos los actos en
nuestra vida.
Entonces qué hacemos. Eso no queda claro. Levantamos la cuarentena o no?
ResponderEliminarLa conciencia está determinada por la realidad. Y si algún boludo no respeta la cuarentena, y bueno que se banque las consecuencias.
El financiamientos de la crisis es sencillo si hay voluntad y apoyo popular en contarle a los que tienen mucha guita. La hermana de Rocca blanqueó el año pasado 6.900 país verdes, y bueno que ponga dos mil palos. No de va a volver pobre. Y así muches más
Creo que mantener la cuarentena ya no es parte de la solución sino eludir el problema. Es el momento de abrirla pero para eso es imprescindible una concientización que no logramos y dificulto que lo hagamos en el corto plazo. Ojalá no tengamos que aprender con resultados catastróficos
EliminarComparto en absoluto. A estas alturas ya nadie está dispuesto seguir con el aislamiento obligatorio. De hecho, son contados con los dedos de una mano las personas que lo cumplen al pie de la letra, por lo que lo más sano y conveniente es comenzar a barajar otras alternativas de la forma más prudente posible y sin olvidar los recaudos necesarios y esenciales, para evitar que el virus siga propagándose de manera masiva, lo que obviamente terminaría en un descontrol total en el sistema de salud de nuestro país, el cual no es ninguna novedad que no está preparado para afrontar una situación así.
ResponderEliminarLa gente que vive el día a dia necesita salir a trabajar para seguir alimentándose,sino no come. Sin contar que tenemos una economía que prende de un hilo y necesita ser reactivado, aunque con la pandemia eso quede en segúndo plano.
Más allá de todo, sólo esperemos no cometer los mismos que los países del Primer Mundo, uniéndonos de verdad al contribuir en lo máximo que cada uno puede para que el virus no se siga esparciendo y así lograr detenerlo.
Creo que esperamos y necesitamos lo mismo, ojalá tengamos la conciencia y responsabilidad necesarias para que el impacto económico, sanitario y social sea el mínimo posible
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