La expectativa era
enorme. El sábado no llegaba más y el once titular conocido desde hace días
generaba críticas y disconformidades al por mayor pero que no lograban aplacar
la gran ilusión que siempre despierta un debut de esta magnitud. El despertador
bien temprano, las confirmaciones de quienes vienen a ver el partido, las
banderas, las facturas, el mate y los nervios de la previa: Messi y compañía
tenían la obligación de cambiar el malhumor social marcado por el dólar, los
paros, los tarifazos, las paritarias, el frío y la falta de respuestas.
Comenzó a rodar la
pelota y el desempeño de los futbolistas fue tan apático, desorientado e
irresoluto como la actualidad argentina. La “Pulga” insinuó más de lo que pudo
concretar, Meza tardó mucho en acomodarse, Salvio solo acompañó con más voluntad
que ideas, Di María aportó la confusión e improductividad acostumbrada, Biglia
se equivocó en casi todas como siempre, Sampaoli desde el costado solo
transmitió nervios, Mascherano recuperó todas, Otamendi ofreció firmeza y
Agüero insinuó que –por fin- puede ser su mundial. El resto, ni fu ni fa. Para colmo,
el astro no ligó ni un poquito en las pocas que generó y, además, malogró un
penal muy mal ejecutado, casi con desidia. Ese punto de inflexión pareció socavar
el ímpetu reinante en cada rincón del planeta donde algún argentino esperaba
desatar ese nudo en la garganta con algún grito desaforado.
Faltó sorpresa,
cambio de ritmo, rotación, confianza para encarar en el mano a mano, decisión
para buscar el área rival, juego asociado. El técnico no logró conectar el
medio con los puntas y Lío tenía que bajar para comenzar la jugada, continuarla
-si encontraba con quien conectarse- y llegar al área para terminarla:
demasiado para un solo hombre. Mascherano, una vez más, confundió su rol y se
adueñó de todas las pelotas quitándole posibilidades de progreso, creatividad,
sorpresa, profundidad y peligro a cada avance
albiceleste. El doble cinco de contención no se entendió mucho para enfrentar a
un equipo que se sabía de antemano que solo iba a defenderse y apostar a algún
contragolpe o a algún cabezazo.
En el saldo
positivo está Pavón, confirmando el desequilibrio y desparpajo para encarar que
se espera de él y Sampaoli, metiendo mano a tiempo con los cambios y atendiendo
lo que el desarrollo exigía, aunque quizá Lo Celso le hubiera aportado lo que
Banega –nuevamente- no pudo.
La ilusión está
intacta. Queda mucho por andar y hay con qué respaldar el sueño. Resta esperar
que los debutantes se asienten y crezcan, que Messi explote como esperamos, que
Agüero confirme que es su momento, que Sampaoli realice los cambios que el debut
evidenció como necesarios, que la suerte acompañe un poquito, y que la redonda
empiece a rodar de nuevo en el partido que siempre es el más importante del mundial: el próximo.
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