miércoles, 19 de diciembre de 2018

Las cosas por su nombre: ser segundo no es descender (ni parecido)


Las chicanas y los memes de este diciembre de 2018 tan convulsionado giran en torno al triunfo de River en el partido más importante de la historia y la supuesta igualdad de condiciones que eso genera tras el inolvidable descenso del equipo de Nuñez. Tristemente para los de Gallardo, ningún título funcionará como borratinta o Liquid paper: la historia dirá siempre que el 26 de junio de 2011 River se fue a la B. Y no habrá -jamás- triunfo ni goleada ni paternidad que haga desaparecer tan incomparable deshonra deportiva.

Perder finales es doloroso. Máxime si es contra el eterno rival y en una instancia que difícilmente tenga revancha alguna vez. Sobre todo si de los últimos choques trascendentes perdiste todos, aunque un par hayan sido vía escritorio o arbitrajes escandalosos. El lunar será indeleble y la tristeza también, pero jamás puede equipararse a la humillación que implica descender. Por más que el hincha de River viva su época más gloriosa, por más que sienta que nada lo puede vulnerar, por más que se pellizque para comprobar si es cierto que en el último lustro lo tiene de hijo a Boca y lo avasalló en instancias cruciales e históricas, nunca dejará de sufrir el dolor inconmensurable que arrastra desde aquel invierno de 2011, el más helado de su existencia.

Perder una final no implica fracaso, simplemente no fuiste el mejor porque otro te superó. Tiene sus méritos, y no son pocos. Tuviste que hacer goles, evitar los ajenos, meter, sufrir, pedir la hora, superar instancias de tensión. Plantarte de local, de visitante, imponer condiciones, vencer obstáculos, rendir al máximo. Sin dudas habrá faltado el último escalón, pero ser segundo te deja a un paso de la cima, lugar bastante apreciado e irrazonablemente desvalorizado y que no cualquiera alcanza (de hecho, las finales las juegan solo dos equipos mientras los demás participantes la miran por TV). Y justamente ese combo de situaciones es la antítesis de lo que significa descender. Para perder la categoría, tenés que haber fallado goles importantes, tenés que haber recibido goles imperdonables, te tiene que haber ido mal de local y de visitante, habrás reclamado más minutos de descuento, las tensiones te habrán superado, las dudas habrán hecho que no puedas rendir al máximo, habrás fallado penales claves, tu hinchada no habrá aportado lo necesario, tus ídolos habrán perdido idolatría.

Perder la final significa que no fuiste el mejor pero estuviste cerca, descender implica ser el peor o estar muy cerca. Una situación está llena de méritos y la otra colmada de desméritos. Una evita que seas más grande aún, la otra recorta tu grandeza y te retrasa varios cuerpos en la carrera por ser el mejor de la historia. En Argentina sigue habiendo un solo equipo que jamás perdió la categoría (y en el mundo, alcanza con una mano para contarlos). Hasta que eso no pase, toda discusión racional se volverá estéril.

lunes, 10 de diciembre de 2018

River, el campeón que cambió la historia


La final de la Libertadores más importante e irregular que haya existido jamás, tuvo un ganador inapelable. Ahora sí tiene sustento uno de los latiguillos favoritos del equipo de Gallardo y hasta se queda corto: “El campeón del siglo”. Festejará por años el hincha de River. Le contará a sus hijos y procurará que éstos a sus nietos y así hasta la eternidad y no es para menos: ganaron el clásico más trascendente que se jugó hasta el presente y que quizás no tenga lugar en ningún siglo próximo.

Vale doble esta copa. No solo porque sumó una más y se acerca a la línea bostera, sino porque al hacerlo evitó que el “Xeneixe” se escape en el conteo internacional. Superiores en el ámbito doméstico y discutiendo palmo a palmo los torneos continentales, el “Millonario” se siente inexpugnable y con argumentos valederos, mientras que el hincha de Boca se va quedando sin cartas para discutir la tercera mano al tiempo que ve como empieza a ser obsoleta la chicana -imborrable- del descenso.

Quedará para otro párrafo la bochornosa situación que envolvió la revancha y llevó la final de la Libertadores de América a… ¡Madrid! Quedará para el análisis el por qué ni la AFA ni River ni Boca opusieron firme resistencia a semejante atropello y blanqueo descarado del negociado. Cobrará fuerza la hipótesis de que ninguna de las 3 cabezas dirigenciales más importantes del fútbol argentino tiene la “cola limpia” como para plantarse y hacer valer sus derechos (bah, los de los hinchas genuinos). Quedará para algún futuro “cuaderno Gloria” la data sobre por qué y para qué el poder político no solo permitió sino que propició los descriptivos, icónicos y cómplices hechos acontecidos alrededor del Monumental que dejaron en ridículo -una vez más- los dichos de la Ministra de (in) Seguridad, Patricia Bulrrich, mofándose de que si garantizaban el G-20, el River-Boca era pan comido.

Casi como corolario -paradójicamente o no tanto- queda lo deportivo, donde vale destacar que no hubo ninguna mancha en el arbitraje (vale destacar, así, en “negrita” como si no tuviera que ser moneda corriente). Apenas una expulsión determinante en el desarrollo y en el resultado pero tan discutible como aceptable en la decisión. River, como siempre, pegó en los momentos justos y Boca, también como siempre, falló en esas jugadas cruciales y, siguiendo con las antítesis, mientras el ciclo de Guillermo aparece agotado, el del “Muñeco” parece inagotable y va camino a ser el Bianchi de Nuñez. Los hinchas millonarios, mientras, gozan de la racha más gloriosa de su historia respecto del eterno rival y ruegan que no los despierten nunca más.

sábado, 30 de junio de 2018

Crónica de una muerte anunciada: Argentina eliminada


El sueño terminó. Finalmente el seleccionado dio todo lo que tenía y no alcanzó. La derrota ante Francia nos dejó la sensación de que esto es para lo que estamos ya que nuestras ilusiones de progresar en el mundial estaban más vinculadas a las emociones que a la realidad futbolística del equipo. Y todos lo sabíamos. Íntimamente esperábamos que Messi apile rivales y defina el partido pero también sospechábamos que era casi la única esperanza posible: demasiado poco para tener aspiraciones serias.


Hoy no supimos aprovechar ni siquiera que un tiro fortuito primero y la casualidad después, nos pusieran arriba en el marcador. Ni eso aportó la dosis de confianza que todo jugador necesita para rendir al máximo y en esto, nuevamente, hay que reclamarle a Sampaoli: nadie se sentía titular e importante ni estaba convencido como para jugársela, encarar, equivocarse y saber que no pasa nada. La prueba fehaciente es el muy buen partido que jugó Di María después del gol, como sintiendo que ya tenía un colchón donde descansar si se equivocaba. Hasta ese tiro salvador, el Fideo había tenido un partido deplorable. Agüero pasó de ser titular, con gol incluido y actuaciones aceptables, a sentarse en el banco. Higuaín, el propio Di María, Rojo y Salvio atravesaron una situación parecida. La confianza es imprescindible para maximizar el rendimiento y los futbolistas nunca la sintieron, con lo cual se dificulta alcanzar el techo. La defensa ofreció infinitas ventajas durante todo el torneo a pesar de las actuaciones aceptables y hasta elevadas de varios de sus integrantes, lo que confirma que lo que falló fue el sistema.

El equipo nunca apareció y esto es atribuible directa e indefectiblemente a una falencia del técnico: nunca se supo a qué jugamos. La defensa siempre fue endeble, el medio nunca tuvo cambio de ritmo ni progreso por las bandas, los delanteros casi nunca encararon en el mano a mano y el arquero no estaba definido al llegar a Rusia.

Será momento de replanteos y proyectos de cara al futuro. Sin dudas es el fin de un ciclo que exige una renovación integral. Al menos este grupo entregó todo lo que tenía y eso es irreprochable por la tan famosa y reclamada actitud: no alcanzó con lo futbolístico. Nada para reclamar, no siempre se llega a finales y quizá recordarlo nos ayude a valorarlas.

Patriotismo efímero e hipócrita


“Vamos Argentina, carajo”, se escucha en cada rincón cuando está por jugar el seleccionado. Se multiplican las caras pintadas de celeste y blanco y aparecen autos, ventanas y balcones con banderas que emergen por todos lados con un entusiasmo incontenible. Las calles son una muestra cabal de lo “orgullosos” que estamos de ser argentinos.
Sería hermoso tanto apego y amor por nuestro país… si fuera verdad. “La patria es el otro” dicen muchos que se jactan de interesarse por el prójimo como cimiento de una nación mejor, pero toman el remisse trucho de “5 pe” aun a sabiendas de que es una asociación mafiosa que amedrenta y pone en riesgo a cualquiera que transite a pie o en vehículo por esas calles y a los propios pasajeros. “Bueno, me queda cómodo y es barato”, es una de las justificaciones. “Pará que empezó el himno”, dice otro y lo tararea y hasta lo canta cuando en una fecha patria ni siquiera mueve los labios. Bandera en el techo, banderín en el espejo retrovisor y arlequín celeste y blanco en su cabeza tiene el taxista archi-patriótico y ni bien quede eliminado el seleccionado protestará que este “país de mierda” permite que Uber “le robe el trabajo”.
Esa es la cotidianeidad, lamentablemente. Vivimos para la foto pero en las cuestiones de fondo hacemos agua. No es más argentino quien ostente la bandera más grande ni grite los goles con más fuerza, sino aquél que cada día ejerza su argentinidad de manera genuina. “Feliz día” le decimos a las mujeres el 8 de marzo (a las que no se ofenden con el saludo) y… ¡cocinamos y lavamos los platos como favor! También, por las dudas, los 364 días restantes tratamos de socavar su integridad o de someterlas a los roles que la sociedad machista tiene reservado para ellas, no vaya a ser que se consideren un par…
Los ejemplos son infinitos y podrían ocupar libros. No está mal pintarse de celeste y blanco o saludar a papá un domingo de junio, lo deseable sería que mantengamos esas conductas como parte de nuestros hábitos, no para la foto. Cuando atendamos más a los contenidos, a la esencia, a lo que sentimos realmente que a lo que a las formas, a lo que hacen todos o a lo queda bien, sin dudas nos va a ir mejor en todos los órdenes, como país, inclusive. Mientras, tengo que cerrar la nota porque empieza el partido. Y vamos Argentina carajo, que a los franceses los cog...

martes, 26 de junio de 2018

Argentina en octavos

El seleccionado cambió la imagen y ganó sobre la hora

Y un día ese plus que siempre esperamos de ellos, apareció. El equipo de Sampaoli ganó con lo justo y clasificó a la siguiente instancia de un mundial durísimo, quizás el más sorprendente y parejo de los disputados hasta ahora.

Pero hoy no se puede analizar el partido sin incluir el aspecto emocional. Porque todos queríamos que el equipo aparezca, que se golpee el pecho adentro de la cancha dejando en claro que al de enfrente le iba a costar quitarle lo que sentía suyo: la clasificación. Y eso fue lo que nos entregaron y nos tiene tan felices a los futboleros apasionados ya que nos convencieron que querían ganar y que iban a hacer lo necesario -y más también- para lograrlo.

Aparecieron el carácter, la rebeldía, la enjundia, la personalidad y la energía que parecía no haberlos acompañado hasta Rusia. Y aunque la calidad futbolística siempre la tuvieron, era más potencial que concreta en la mayoría de los integrantes de este plantel, al menos defendiendo la albiceleste. 

Messi -una vez más- le tapó la boca a quienes dicen que no siente la camiseta ni hace goles importantes, Otamendi ratificó que puede convertirse en ese caudillo que todo gran plantel necesita, Rojo sacó chapa de titular por juego y por su personalidad para ir al frente que quedó plasmada en el gol, Armani empezó a lograr que los hinchas no tiemblen cuando el rival patea al arco o tira un centro, Banega se acordó -por fin- de jugar y fue vital para oxigenar a Lío y generar situaciones claras, Higuaín puso el alma y se movió bien -aunque nuevamente falló una situación clarísima para ganar el partido-, Mascherano recuperó mucho y bien y distribuyó -otra vez- muchísimo y muy mal lentificando todos los intentos de avances y redondeando una tarde mediana, cometió un penal innecesario tras un córner producto de su propio rechazo equívoco. Enzo Pérez cumplió como siempre y el resto acompañó con decoro a excepción de Di María, quien quizás debiera dejar su lugar a Pavón.

Ahora quedará confirmar que lo de hoy no fue un espejismo, que realmente están comprometidos con el objetivo y que tiran todos para el mismo lado. Es la hora de desterrar definitivamente las potencialidades y ratificarlas con hechos o al menos -ya que nada garantiza resultados- con intenciones y actitud.

Ya se dijo en este espacio que hay material para soñar y el encuentro de hoy ante Nigeria bien puede ser el punto de partida para empezar a hacer sólido el sueño de 40 millones. El sábado espera Francia, uno de los candidatos al título según la "prensa especializada". El Seleccionado tiene grandes chances de salvar ese escollo y meterse en cuartos pero para eso deberá repetir una actuación como la de hoy, sumándole al fútbol la actitud y solidaridad recuperadas. Si es así, no habrá lugar para reproches, más allá del resultado.

jueves, 21 de junio de 2018

Con un pie afuera del mundial

Argentina fue goleada sin atenuantes y quedó al borde de la eliminación.


¡Fracasados! ¡Pechos fríos! ¡Amargos! ¡No vuelvan más! ¡Cagones! Estas expresiones eran comunes en cada una de las finales que perdió el Seleccionado argentino. ¿Que serían ahora entonces si -como parece- quedamos afuera en primera ronda? Si saliendo subcampeón seguido despreciaban a todos, ¿qué harían ahora? Pero... ¿No darían la vida y algo más por tener al menos la ilusión de alcanzar otra final? ¿Por pasar siquiera a octavos?

Así de vacío está el cerebro del hincha argentino, que necesitado de éxitos que no consigue en la faz personal le exige a la Selección y sobre todo a Messi que cumplan con “la obligación” de darle una alegría. Y lo peor es que muchos jugadores y el propio Lío no pueden despegarse de esa presión y de esa “deuda”.

Futbolísticamente nunca sostuvimos ilusiones sólidas para este mundial y hoy Croacia nos puso en el lugar con 3 cachetazos muy dolorosos que nos hace pensar íntimamente que hasta quizá sea menos malo no pasar de ronda.

Varios jugadores -con el astro incluido- parecen sufrir la camiseta albiceleste y no pueden sacarse de la cabeza el estigma de no ganar nada. No hay respuestas anímicas, ni físicas, ni de carácter, ni de fidelidad a sí mismo, la más importante de todas las fidelidades.

En lo que tiene que ver estrictamente con el juego, el equipo nunca fue tal. Sampaoli siguió trasmitiendo mucha confusión, poca convicción y nada de autoridad. Improvisó jugadores en puestos en los que no se han destacado y equivocó los planteos y el dibujo en ambos partidos. A esto hay que sumarle que las respuestas individuales fueron paupérrimas y que el grosero error de Caballero sepultó las pequeñas ilusiones que los propios jugadores tenían de ganarle a Croacia: allí se terminó el partido y solo quedó esperar el final y ver qué hacía el rival, que para colmo de males se inspiró y convirtió dos goles más. No hubo respuestas anímicas, coraje, bronca, patriadas, vergüenza, rebeldía.

Ahora sí se podría -con una aceptable dosis de objetividad- tildar de fracaso el desempeño albiceleste si finalmente nos volvemos en primera ronda. Todos aquellos que repudiaban los segundos puestos deberían replantearse ese exitismo, esa desmesurada exigencia hacia quienes sin duda alguna quieren el triunfo más que los propios hinchas. Y deberán también inventar calificativos despectivos, ya que fueron usados todos con los eternos subcampeones.

Esta realidad suena a crisis terminal y debe ser bienvenida, ya que toda crisis genera cambios significativos. “Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque de ahí en adelante solo cabe mejorar” dice el enorme Serrat. Si la suerte nos ayuda, quizá logremos estar una semana más en Rusia y estos jugadores puedan entregar ese plus que eternamente esperamos de ellos. Si no, definitivamente será momento de barajar y dar de nuevo.

sábado, 16 de junio de 2018

La Selección apenas empató y ratificó dudas en el arranque del sueño mundialista


La expectativa era enorme. El sábado no llegaba más y el once titular conocido desde hace días generaba críticas y disconformidades al por mayor pero que no lograban aplacar la gran ilusión que siempre despierta un debut de esta magnitud. El despertador bien temprano, las confirmaciones de quienes vienen a ver el partido, las banderas, las facturas, el mate y los nervios de la previa: Messi y compañía tenían la obligación de cambiar el malhumor social marcado por el dólar, los paros, los tarifazos, las paritarias, el frío y la falta de respuestas.

Comenzó a rodar la pelota y el desempeño de los futbolistas fue tan apático, desorientado e irresoluto como la actualidad argentina. La “Pulga” insinuó más de lo que pudo concretar, Meza tardó mucho en acomodarse, Salvio solo acompañó con más voluntad que ideas, Di María aportó la confusión e improductividad acostumbrada, Biglia se equivocó en casi todas como siempre, Sampaoli desde el costado solo transmitió nervios, Mascherano recuperó todas, Otamendi ofreció firmeza y Agüero insinuó que –por fin- puede ser su mundial. El resto, ni fu ni fa. Para colmo, el astro no ligó ni un poquito en las pocas que generó y, además, malogró un penal muy mal ejecutado, casi con desidia. Ese punto de inflexión pareció socavar el ímpetu reinante en cada rincón del planeta donde algún argentino esperaba desatar ese nudo en la garganta con algún grito desaforado.


Faltó sorpresa, cambio de ritmo, rotación, confianza para encarar en el mano a mano, decisión para buscar el área rival, juego asociado. El técnico no logró conectar el medio con los puntas y Lío tenía que bajar para comenzar la jugada, continuarla -si encontraba con quien conectarse- y llegar al área para terminarla: demasiado para un solo hombre. Mascherano, una vez más, confundió su rol y se adueñó de todas las pelotas quitándole posibilidades de progreso, creatividad, sorpresa, profundidad  y peligro a cada avance albiceleste. El doble cinco de contención no se entendió mucho para enfrentar a un equipo que se sabía de antemano que solo iba a defenderse y apostar a algún contragolpe o a algún cabezazo.

En el saldo positivo está Pavón, confirmando el desequilibrio y desparpajo para encarar que se espera de él y Sampaoli, metiendo mano a tiempo con los cambios y atendiendo lo que el desarrollo exigía, aunque quizá Lo Celso le hubiera aportado lo que Banega –nuevamente- no pudo.

La ilusión está intacta. Queda mucho por andar y hay con qué respaldar el sueño. Resta esperar que los debutantes se asienten y crezcan, que Messi explote como esperamos, que Agüero confirme que es su momento, que Sampaoli realice los cambios que el debut evidenció como necesarios, que la suerte acompañe un poquito, y que la redonda empiece a rodar de nuevo en el partido que siempre es el más importante del mundial: el próximo.

lunes, 16 de abril de 2018

Crimen del colectivero: otro asesinato absurdo en una sociedad enferma

Indignación, impotencia, dolor, injusticia, miedo, odio. Son algunas de las sensaciones que sobrevuelan nuestras mentes a partir del brutal homicidio del joven chofer de colectivos en La Matanza, nuestro distrito, casi un ícono de la desigualdad. Acusamos, reclamamos, exigimos, alzamos la voz, levantamos el dedo acusador ante tanta incivilidad, desprecio por la vida e impunidad. Porque actuar así no es más que la ratificación de que muchos se sienten impunes, que sospechan que nada se paga en esta vida. O al menos, en este país.

Un nuevo asesinato a sangre fría conmueve nuestra realidad. Y también la sensación de que los culpables van a seguir teniendo la posibilidad de seguir disponiendo de nuestras vidas a su antojo. Nuevamente se instalará el debate sobre el endurecimiento de las penas, la baja en la imputabilidad, etc, etc. Lo que tristemente no se va a establecer -como siempre- es la discusión sobre qué hicimos todos, cada uno de nosotros, como sociedad para que estas cosas no ocurran o sucedan cada vez menos. Porque analizar esa cuestión puede llevarnos a admitir responsabilidades y eso es una tarea compleja para los seres humanos. Y todos lo somos, aunque a veces no parezca.

Semanas atrás, en un reportaje a “Gringo” Heinze, técnico de Velez, le pidieron su opinión sobre los hechos violentos que habían determinado la suspensión de un partido y respondió que “lo interesante es preguntarnos qué hicimos como conjunto para no generar la proliferación de personas violentas”. Y ahí sonamos. Porque la desigualdad y marginación provocada por los poderosos, que son pocos, pero avaladas por acción o por omisión por muchos, genera violencia y desprecio. Porque vivimos en un país que -por ejemplo- pondera y enaltece a “Pepe Argento”, personaje nefasto, repudiable y repugnante si los hay. Ícono del argentino ventajero, especulador, estafador, sin escrúpulos, sin códigos, con absoluto desprecio por las normas, pero que cuenta con la admiración de muchos. Por supuesto que Pepe no asesina ni genera situaciones violentas (físicas), es puro simbolismo lo suyo; pero cuenta con nuestro aval, con nuestra simpatía.

Tenemos una sociedad que tiene como norma transgredir las normas. Y nadie alza la voz. Todos cruzamos en rojo alguna vez -y probablemente varias-, pero encabezamos la marcha reclamando justicia cuando una acción de este tipo termina con la vida de alguien, atropellado. Claro que la mayoría -por suerte- no asesina, pero no hace mucho para evitar la intolerancia, la transgresión, el desapego por las leyes ni las causas que lo provocan. Por si hiciera falta aclararlo, no pretendo equipar una falta de tránsito con una asesinato, simplemente entender que no hicimos -no hacemos- mucho por multiplicar los buenos hábitos y el cumplimiento a rajatabla de las normas, la valoración de la vida, el respeto por el otro. 

En el fondo no es más que la ratificación de la desigualdad: solemos respetar a los iguales y despreciar a los distintos y tristemente, algunos llegan a matarlos. Es simple empujar a los “marginales” hacia la marginalidad, lo difícil es admitir que todos colaboramos con esa marginación que después vuelve en forma de asesinato. Para que desprecien la vida de esa manera, tenemos que habérselo enseñado como sociedad, no son una isla, lamentablemente. En tanto no entendamos eso, seguirán repitiéndose las muertes injustas, desgarradoras y sin sentido, lo que, sumado a la inoperancia ejecutiva de este Gobierno insensato, inescrupuloso, despectivo y despreciable, contribuirá a acrecentar peligrosamente la efervescencia social.