El
conjunto de la Ribera hace años que ha perdido identidad y en 10
meses de trabajo el técnico profundizó ese declive ya que solo le
ha aportado confusión, dudas, temores e improvisación. Todavía no
se sabe a qué juega Boca y la mayoría de sus jugadores han tenido
un desempeño muy por debajo de lo que deben dar. Es sabido que sacar lo
mejor de cada uno es tarea del técnico y aquí también ha fallado
“Lechuga” y no es casualidad: no teniendo clara la partitura es
muy difícil elegir a los intérpretes, y luego éstos,
confundidos, deberán descifrar esas notas como puedan. Y sale lo que
sale: el equipo no sabe donde está parado. No tiene convicción, no
sabe qué busca dentro de la cancha (y por ende, no sabe cómo
hacerlo), es un conjunto de voluntades tirando centros y jugando la
pelota “segura”, para atrás y siempre obligando al compañero a
esperarla, nunca con ventaja. No hay sorpresa ni cambio de ritmo, no
se gana en el mano a mano (porque ni siquiera se animan a proponerlo)
y no hay juego asociado ni parejas futbolísticas. Para redondear un
presente desalentador, la seguridad defensiva que había logrado
se evaporó tras el gol de Newells que acabó con el récord de
Andrada y desde entonces cada vez que lo atacaron, lo lastimaron.
A
este panorama tan oscuro como predecible hay que agregar que los
rivales siempre lo sorprenden al xeneixe, el equipo nunca puede
contrarrestar las mejores armas de su contricante y como
contrapartida, éstos siempre anulan lo que fuera que vaya a intentar
Boca en los pocos momentos en que intenta algo.
Por
si todo esto fuera poco, hace años que no tiene -y esto no es solo
desmérito de Alfaro sino también de sus antecesores- una de las
principales características xeneixes: revelarse a la adversidad,
creer que se puede ganar y de esa manera, convencer al rival de que le
van a ganar. De hecho, sucede todo lo contrario: todos sienten que
pueden ganarle a Boca y el fútbol se maneja también por
sensaciones, por momentos, por confianza y cuando eso aparece todo se
potencia y cuando no pasa todo se desmorona.
El
último equipo que tuvo una identidad definida y se sabía a qué
jugaba fue el Boca de Falcioni. Será discutible si era más o menos
vistoso pero es innegable que ese ciclo tenía una marca propia
bastante emparentada con la histórica mística xeneixe y no de
casualidad fue la última vez que estuvimos verdaderamente cerca de
ganar una final de Libertadores. Podrán decir que en términos de
números fue similar al ciclo de Guillermo pero en cuanto a
representatividad fue muchísimo más. Por lo que proponía y por lo
que transmitía dentro de la cancha no solo hacia adentro sino
también hacia los rivales: hoy a Boca se le ha perdido el respeto. Y
si a eso le sumamos fallos arbitrales puntuales y determinantemente
perjudiciales, falta de convicción dirigencial, técnica y
futbolística, el combo no puede desembocar en otra cosa que en el
presente triste, deslucido, desabrido y desorientado del equipo de
Alfaro.
En
fútbol se puede ganar y perder y eso está claro, la cuestión es el
cómo. El subcampeonato del mundo conseguido por el Seleccionado en
1990 vale lo mismo que el de 2014 pero mientras en Italia no solo
merecimos perder sino que además ni siquiera pateamos al arco, en
Brasil no solo debimos ganar sino que el haber perdido fue un hecho
fortuito típico del fútbol que nos permitió volver a casa con la frente alta. Boca mereció haber perdido todo lo
que perdió en los últimos años y nunca tuvo la rebeldía necesaria
para imponerse cuando las circunstancias fueron adversas.
Es
hora de empezar de nuevo pero de verdad, cambiando el chip desde
arriba hacia abajo. “Quiero irme a casa y recuperar mi vida” fue
la desafortunada frase de Alfaro tras la repetida y dolorosa derrota
con River. Es la institución la que debe recuperar su vida, esto
no es Boca. Y lo saben los jugadores, los hinchas, los rivales y
el mundo futbolístico todo. Para cambiar esa realidad es
imprescindible primero, aceptarla (aunque Angelici y sus colaboradores
no se hayan enterado). Luego de eso recién será posible. ¿Difícil? ¡Sin dudas! Y tan complejo como
impostergable.